¡Qué grande fue mi desilusión al verla! No sólo es una película lenta y anticuada sino con una profunda ideología burguesa. Desde mi perspectiva, no bastó que incluyera como protagonista a Cleo, una indígena mixteca que se dedica al trabajo doméstico. Le hizo falta un abordaje más crítico a su vida, a su entorno de origen, a los problemas socioeconómicos y políticos que la empujan a migrar a la ciudad, a las redes de apoyo que la ayudan.
Toda la película está dividida entre el mundo burgués de la familia que le da acogida a Cleo, y entre su vida cotidiana como trabajadora doméstica. A los ojos de los burgueses, por supuesto, resulta “innovador” que Cuarón destine planos completos a las tareas de lavar trastes, lavar ropa o lavar pisos. Pero, para el resto de los espectadores, esto no otorga relevancia argumental o estética alguna. Sólo describe la vida cotidiana de una trabajadora doméstica.
No sabemos, por ejemplo, por qué, cuándo y cómo llegó Cleo a la familia. No sabemos, ni siquiera, el nombre de su localidad de origen. Menos aún conocemos lo mínimo de su familia: si tiene hermanos, hermanas, si aún viven sus dos padres… Desconocemos, por completo, sus condiciones de vida previas. Y frente a este vacío de información, damos por hecho que, en la ciudad, vive mejor.
Lo mismo sucede con la crítica velada que Cuarón hace a Luis Echeverría Álvarez, Secretario de Gobernación en el régimen del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, y candidato a la Presidencia de la República, en 1970, por el Partido Revolucionario Institucional.
Desde el principio de la película, Cuarón nos deja ver la propaganda electoral del candidato. Luego, nos muestra el campo de entrenamiento de “Los Halcones”, un grupo paramilitar a cargo de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). En uno de los cerros colindantes al campo de futbol donde los paramilitares entrenan, se puede leer “LEA”, las siglas del nombre completo del candidato a la Presidencia de la República.
Desde el principio de la película, Cuarón nos deja ver la propaganda electoral del candidato. Luego, nos muestra el campo de entrenamiento de “Los Halcones”, un grupo paramilitar a cargo de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). En uno de los cerros colindantes al campo de futbol donde los paramilitares entrenan, se puede leer “LEA”, las siglas del nombre completo del candidato a la Presidencia de la República.
Cuarón debió haber leído a profundidad a Gabriel Retes quien, en su película El bulto (México, 1991), hace una crítica más completa y más profunda no sólo al régimen de Echeverría Álvarez sino a sus cómplices, incluyendo a aquellos activistas devenidos en burócratas.
Ésa, y no Roma, es una película que habría de difundir y promover como parte de “La Cuarta Transformación”.
No debemos olvidar que el verdadero arte confronta, molesta, hiere; sacude las entrañas del espectador porque le muestra una realidad muy diferente a la suya.
En este caso, Roma se convierte en un memento, en un recuerdo sutil y refinado, del México burgués en el que Cuarón creció. No hay confrontación, no hay crítica social alguna. Sólo es un reflejo de las condiciones sociales y políticas de aquella época.
Cuarón perdió la oportunidad de desenmascarar a un régimen político que, durante décadas, hizo enorme daño a México. No sólo por la represión sistemática del estado en contra de sus disidentes y opositores, sino por la enorme corrupción que se instauró desde la burocracia.
Quizás, los defensores de la cinta opinen que Roma es una película contada desde la óptica de un niño, desde sus recuerdos infantiles. Entonces, harían valer la opinión de Alejandro Jodorowsky quien, de mucho tiempo atrás, ha alertado sobre la infantilización del cine comercial, en especial del proveniente de Hollywood.
Los que pagamos Netflix, mes a mes, no somos niños. Hagamos cine para adultos.
Saludos.
[También publicado en Los cínicos.]