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domingo, 15 de noviembre de 2020

Palabras de Mario Bogarín Quintana


Amor, desgarro y un viaje a la lejanía perpetua.

Atisbos a la obra de Christian Hernández

  

Mario Javier Bogarín Quintana

Universidad Autónoma de Baja California

 

La búsqueda que el autor mexiquense Christian Hernández emprende en su obra literaria es no sólo la de una voz propia sino la generación de un marco personalísimo desde dónde entender el amor. Este tema universal y, por lo tanto, siempre actual y necesario, es el objeto de todo su trabajo, del que he podido leer Moratoria (2015), Amor Koi Love (2018) y Eternos juegos de amor (2019). Los dos primeros, poemarios, y el último una colección de cuentos donde su autor decanta sus memorias, deseos, obsesiones e ilusiones sobre la condición humana atravesada por las trampas de la pasión y el dolor de lo efímero.

            Quienes conocemos a Christian por su ya dilatada trayectoria como investigador de las culturas japonesas (así en plural, para irnos acostumbrando), sabemos de su inquietud por los resultados que los choques y desbalances interculturales generan en nuestra visión de aquel país lejano pero para nosotros tan cercano mediante sus estudios y ahora su poesía y narrativa. Se trata, a mi modo de ver, de uno de los principales motores que mueven su escritura y la configuración de esa nueva realidad que todos los escritores buscamos en nuestro trabajo: Japón como eje articulador de la percepción para procesar la existencia cotidiana.

            Esto no es nuevo para quienes desde muy jóvenes intentamos, como el autor, conocer más de nosotros mismos a través del reflejo que nos devuelve una cultura que, a saber desde qué resortes del imaginario que construimos desde pequeños o muy jóvenes, nos indica que ahí está sólo para nosotros, como el titilar de la luz más blanca en la forma como esperanza de conocer más del mundo que nos tocó vivir. Uno de los personajes del cuento “Mi novia es una joshikosei” emprende su anhelado viaje a tierras niponas y una vez ahí, en compañía de un amigo que lo celestinea, comprensivo, descubre la entrega amorosa de una bella chica sólo para que esta lo abandone al día siguiente, con todas las implicaciones emocionales y disquisiciones psicológicas que ello implica para el joven protagonista.

            Por supuesto, el repertorio argumental de sus cuentos no se agota en la referencia japonesa. En “El amor no es cosa fácil”, Christian nos plantea, a más de una historia bien resuelta como anécdota de las batallas amorosas de la juventud inexperta, temerosa, un breve tratado acerca de las formas y dimensiones del amor en una clave ensayística digna del mejor Kundera. Una reflexión que no nos deja indiferentes cuando hemos leído ya los poemas que preceden a este libro y entendemos mejor los esfuerzos, alegrías y decepciones que el autor ha decidido compartirnos.

            Porque las historias de su libro de cuentos son contemporáneas en su mayoría de los motivos que impulsan su obra poética, y eso dice mucho si, en un afán crítico que linde con el análisis literario, descubrimos que el camino de descubrimientos ha iniciado desde el breve poema en prosa “Motoko”, incluido en su segundo libro. El recuerdo de una novia con la que compartió alguno de sus viajes iniciales al archipiélago asiático queda fijado como una fantasmagoría a la que el narrador (lo mismo que el poeta) vuelven a cada momento.

Lo anterior debido sin duda a la marca que deja el recuerdo en un momento clave del desarrollo literario y humano de Christian, como nos lo explica en “Del eros al logos”, quizá su texto más confesional y el que a mí personalmente me ha sorprendido por encima del resto en tanto que me permitió conocer un poco mejor a Christian el hombre. Esta prosa que tiene su versión trilingüe que incluye traducciones al japonés e inglés en el segundo poemario, revela, junto con “Primer amor” en su poemario inicial, algunos de los aspectos biográficos que nos revelan a un autor con un poderoso impulso vital o, como decía una de mis maestras de literatura en la secundaria, un alma de alto voltaje. Y es que ese es, desde mi perspectiva, un requisito elemental para quien se lanza a las aguas procelosas de la literatura en estos tiempos en que la oferta es mayor que nunca y su acceso cada vez más masivo.

Voltear hacia la obra de Christian Hernández implica también conocer de su convicción política. Toda su obra, incluso en sus afluentes erótica y anecdótica, está impregnada de su ardiente deseo por habitar un mundo mejor. La fantasía y la acción se vuelven, pues, facetas de una moneda con dos caras idénticas. Su oposición a las miserias de esta sociedad, su rabia digna contra la injusticia, son una impronta constante en sus escritos literarios, académicos y de opinión. Para mí, a la luz de mi lectura de sus tres libros, esto tiene relación con su enfoque de una realidad alternativa a la que nuestro mundo mexicano no tendría por qué no acercarse.

La cruzada que el autor emprende en forma cotidiana con la pluma y el teclado da cuenta de estas inquietudes permanentes en su obra y, seguramente, en la que está por venir. La obra en cuestión es además, una narrativa de formación. Como a estas alturas se podría adivinar, hay una esencia de la bildungsroman en muchos momentos de la narrativa como de la poética que podemos leer en sus libros. La transición de la niñez a la vida adulta en muchas ocasiones es tratada como un proceso aceitado por ritos de paso en los que estos se vuelven el conflicto en sí de las historias.

Algo que debemos destacar en el caso de nuestro autor es que demuestra la sensibilidad suficiente para mostrarnos no sólo dicho esquema sino la esencia propia de cada etapa del desarrollo.

La infancia como terreno de descubrimientos frenéticos que lega a la adolescencia las herramientas necesarias para no perder la capacidad de asombro ante un mundo brutal pero bello al mismo tiempo, y la adolescencia como escenario de vivencias sensibles riquísimas que se volverán patrimonio del que la madurez echará mano para su propia supervivencia en un entorno muchas veces cruel e inhóspito. Cabe resaltar esto como un mérito de quien como narrador y poeta sabe distinguir las características preciosas de cada época de la vida y reconocerle a cada cual su valor y trascendencia.

Leamos, pues, a Christian Hernández con la mente receptiva y con la certeza de que no sólo encontraremos en su obra reflexiones amplias en torno al mundo que le ha correspondido otear y decodificar, sino también atentos a los muchos chispazos de humor que nos depara su visión personalísima, entrañable, que nos obliga a sostener sus libros hasta la última página en busca de más claves para comprenderlo como ser humano. No se arrepentirán, como yo tampoco lo he hecho y quedarán, como yo, ansiosos por leer la siguiente entrega.

 

Moratoria (2015). Diablura Ediciones. Colección Arca de Diablos. Toluca, México.

Amor Koi Love (2018). Edición de autor.

Eternos juegos de amor (2019). Trajín. Alternativa Editorial. Ciudad de México.


Publicado también en Viceversa Noticias.


Saludos.

jueves, 4 de agosto de 2016

"Moratoria" @ Círculo de Estudio "Brújula Metropolitana"



A partir de mi intervención en la Maru No Matsu Kon, tuve el honor de ser invitado al Círculo de Estudio "Brújula Metropolitana" para presentar mi pequeña "Moratoria".



En el lugar, que es un foro político-cultural, se dio cita un público sumamente heterogéneo: por una parte, amigos y amigas pertenecientes a la escena fan-Idol mexicana; por otra parte, los miembros del círculo de estudio; y finalmente, para mi sorpresa, un grupo de profesores de la CNTE provenientes de Chiapas que hablan tzeltal como lengua materna.








En mis nueve años de experiencia como difusor de la cultura Idol, nunca imaginé que tanto el concepto como la música japonesa pudiera gustarles a los tzetzales, menos aún, a los profesores del CNTE. "Moratoria" precisamente hace referencia a ese mundo pop del que tanto he disfrutado, y por lo tanto, al leer de manera pública mis textos, los asistentes pudieron comprender mejor el contexto en el que escribí esos poemas.

Agradezco de manera pública a Hector "Corneliu Belmont" por la invitación a la Maru No Matsu Kon. A La Lic. Laura Nava, coorinadora del Círculo de Estudio "Brújula Metropolitana", por el espacio y su apoyo. A Don Fabián Zavala, por su aguda lectura y por acompañarme en la mesa. A las chicas de Nekii Paradise, por su presentación vocal. A Bernardo "Soraths", Carlos "Niigaki" y a Ángel Vargas, por su presencia y su apoyo. Y a Erin, por todas tus palabras de aliento, linda.


Los quiero.

jueves, 31 de marzo de 2016

"Moratoria" @ Facultad de Ciencias de la Conducta (UAEMex)



El martes 29 de marzo, acompañado por el Dr. Alfredo Díaz y Serna, Profesor de Tiempo completo y Cronista de la Fa.Ci.Co., se realizó la presentación de "Moratoria" en lo que es mi antiguo espacio laboral y académico.



Esta fue la primera vez que se presentó mi libro frente a una comunidad distinta a la artística, y que se generó un debate muy diferente tanto sobre los temas que abordo en mi libro como sobre lo que significa leer y escribir.



Las referencias a la neurosis, a la perversión, a la pasión y al deseo no se hicieron esperar en los comentarios de los presentes. Pero, también se reflexionó sobre la identidad, la migración y el mundo globalizado.



Después de la presentación, los asistentes pudieron adquirir el libro, y llevarse una dedicatoria (además de mi firma en japonés).





Agradezco, de manera pública, a todos los presentes, por haberme acompañado en la primera presentación del año en curso.


Saludos.

Palabras del Dr. Alfredo Díaz y Serna sobre "Moratoria"





Moratoria: posiciones, yuxtaposiciones, trazos y trizas escriturales
Alfredo Díaz y Serna[1]

En mi contemplación, en ese afán de dirigir mi mirada hacia adentro, navego, escribo, deambulo en el mundo de la sombra, de los significados escondidos. Transito en el lugar de mis pensamientos, acudo al rincón de los recuerdos, y en ese vaivén, en ese mecer, de pronto una invitación inusitada y presurosa para comentar en público del poemario de Christian E. Hernández. Sorpresa, al tiempo complacencia y agrado por participar en el acto religioso de encadenar pensamientos sesudos, extraviados, cínicos, con las puertas y las ventanas abiertas de par en par, para no sólo atisbar, sino contemplar, el arcón de sentimientos y emociones prestas para mitrar sus encajes, nudos y ojales, en el entretejido de pecaminosos contenidos. Presente moralidad, moral laxa, taciturna.

Soy un hombre, sin mujer, insatisfecho. No soy feliz porque el amor es lo último que tengo. Hace mucho que alejé del tejado a las palomas: perdí a mis niñas, las putas ya se casaron, mis amigas se cansaron de acosarme, no encuentro ninfas, y la desesperación por sentir, de nuevo, ese calor, salta a mis venas.

Presto doy lectura al trabajo de Christian. La resulta de la interpretación por mí elaborada se encuentra vehicularizada en el discurso escrito para el público aquí presente. Esta encomienda es una actividad riesgosa. Por momentos, en la lectura, pierdo el hilo. Después, discurro en mi empeño de lectura, dando traspiés a cada rato. Mis convicciones se mueven, se aflojan frente a las que el autor plantea. Me conmueven, me sacan de mi sitio de confort e indolencia.

A lo largo de mi vida, he sido un niño. En mi tiempo libre, he jugado a imitar el mundo adulto. No me arrepiento de haber salvaguardado mi alma. Después de eyacular en el vientre de una chica que contaba trece años, me di cuenta cómo era ser un niño chiquito en realidad. Hasta ahora, el FBI no ha encontrado evidencia suficiente para levantarme cargos: abuso sexual infantil, violación por equiparación, estupro...

Los arrebatos del autor no significan algo para mí por el convencimiento de sus argumentos, pero sí por la fuerza de la pasión puesta en su escritura. Tampoco, lo abyecto de su verso libre, que come sus deseos, añoranzas y, principalmente, las proximidades rememoradas hechas carne, hechas piel, caricia.

Amor: estoy muriendo por ti, de sed por ti, de amor por ti, de hambre y de calor, por la falta del frío circular de tus caderas por mis huesos. Necesito de tus manos y un pie para ponerte a salvo las espaldas. Necesito de tu cuerpo para quemar tus quince años. [...] Son las cinco de la tarde con quince minutos y necesito de ti y tu saliva sobre mí. Llegarás tarde, mi amor, tan sólo llega. No sé si para cuando vengas, aún estaré contigo, espiritualmente esperando por ti. Ayer tuvimos sexo oral y no puedo sacar de mi cabeza la imagen de tu cabello castaño en mi regazo, provocando la salida de mi líquido, la miel turbia, la dulce miel. Sobre las escaleras que llevan a tu casa, doce peldaños que llevan a tu habitación, nos besamos, magreamos, chupeteamos, como sólo los hijos de Caín pueden hacerlo.

El pecado, la culpa, transitan entre los espacios de los párrafos, de las palabras, de las letras. No se esconden. Están presentes desde el papel de fondo de la escritura.
Hay una expectación, luego un espasmo, al enfrentarme a la lectura, a la voz escrita de un autor que escribe para que alguien lo lea, lo escuche. Sorprendido de la extrañeza con que el autor expresa sus cotidianos sentimientos, me presento ante ellos sin estrategia alguna de lectura. Voy directo, sin tapujos, ni nudos borromeos de supuesta crítica. Al tratarse de poesía, dejo guardada mi armadura argumentativa, voy con el pecho abierto para la emoción.
En las palabras, las cosas y las acciones que Christian nos cuenta, entreveo, entre escucho, el sonar de palabras huecas y llenas, con resonancias y ecos que nombran lugares, lúdicos, lúbricos. Límites fronterizos se cruzan, entremeten, se penetran, en un cúmulo de intrincados significantes.

Japón se me abre como un melocotón al gusto: Momoiro Bookmark, ADULAS Tgp, Rorita-picts: se entrometen en mi amor social, intervienen en mi vida de pareja.

Ayer no hice el amor. Ayer me masturbé salvajemente: la cabeza apoyada en la pantalla del ordenador, liberando la tensión a borbotones. Opté por los chiquillos de la red. Después de dar click en Usama Bin Laden’s cruel pornophilia.

El autor nos hace pasar los límites de las fronteras geográficas, éticas, de la bivocalidad, de su plática consigo mismo, y de la heteroglosia de sus divisiones que se van, rebotan, en ese monólogo que parece no escucharse, pero que está allí vociferando.

- Sólo a través de ti, puedo decidir mi vida -dijo el muchacho enamorado, y tras desenvainar la espada corta, abrió de un tajo su vientre, imitando a Yukio Mishima.
Después de aquella tarde frente al televisor, me abracé a la cintura de Valeria y le dije:
- Alguna vez me dieron ganas de hacer lo mismo.

No están fijas las fronteras de su cotidianidad, de cierta pesadumbre que le causan sus propias palabras, que no le molestan más que su precario equilibrio frente a su máscara de soledad que se antepone a sí mismo.

De nuevo en México/ busco a la chica que me hizo feliz antes de salir de viaje/ (no está disponible)/ por eso enfurezco/ corro/ lloro/ termino por aceptar que tiene novio/ y grito con desesperación la letra de alguna canción en japonés/ para que los hablantes hispanos no sepan de mi dolor/ de mi tristeza/
En México no hay karaoke/ por eso enloquezco/ me salgo de clases y bebo tequila/ acompañado de personas a las que termino por llamar amigos...

Esa paradoja remueve mis fronteras: me obliga a dudar de mi pensar, de el tiempo, el espacio y de la función y campo de la palabra. En su abrupta escritura, identifico la liminalidad del estar quieto y del moverse, la añoranza bipartita de lejanía y cercanía, de pecado, placer y delito.
¿Por qué hablo en primera persona? Porque tengo el encargo de interpretar la urdimbre de su texto, que ha sido afectado, que me afecta, que me conmueve y hasta me obliga a mentir, a traicionar al escritor, a la escritura y a mí mismo. Conmovido por la verificación dicha, escrita, ahí me quedo, la reflexión vendrá después.
A este narrador que gesticula y articula, le escucho reclamo, lamentaciones. Escucho desde él, quejidos desde los huesos y del pene que han hecho costumbre, que generan, sostenidos en esperanzas, en anhelos. Pero, advierto, el autor miente o al menos dice algunas palabras por otras, hace juegos de abalorios, juega con el silabario.

La gente dice que amar es volcarse
virar hacia la mar
precipitarse
gaviotas heridas que van hacia el fondo del mar
entre las olas
centellos de plumas salvajes... (de “Kokoro kamikaze”)

Otra vez, la liminidad, la ironía, el juego de las paradojas, de la duplicación de sentidos, de la bivocalidad, y la parodia, abren en mí límites de comprensión, donde me regocijo por lo carnavalesco, por ese empeño constante del autor a derrumbar las convicciones más arraigadas.

En el centro comercial, las personas simulan seguir un patrón establecido: solteras hermosas, solteros radiantes, parejas unidas, familias felices, niños juiciosos e hiperactivos. Compra un producto y adquiere un estilo de vida: no es la televisión, es tu monotonía; no es la computadora, es tu falta de conocimiento; no es el automóvil, es tu falta de independencia; no es el teléfono celular, es tu miedo a la soledad.
He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”, confesaba Allen Ginsberg en Howl. Las mejores mentes de la mía han sido absorbidas por el sistema burgués.

La fractalidad en su sistema escritural no deja apuntar en su calidoscópica conjunción al vínculo de una unidad universal, no dicha, expresada en el disimulo. Conforme avanzo en la lectura, descubro la coherencia: por ahí, escondido subrepticiamente, se suma algún convencionalismo en el armado de cada tema, el cual le da coherencia-ligazón-congruencia. Incongruencia del discurrir del verso.
No me extraña la autoreferencialidad como atalaya, mezcla de música barroca, hard core, rythm and poetry, alarido de acordes jazzísticos, de vez en vez, armonías suaves, rítmicas. Una híbrida versificación que realiza el autor con displicencia.
Otra de sus cartas bajo la manga es la ironía. La transversalidad de la misma está presente en su escritura. Propuesta por acceder a nuevos lenguajes no creados, emergentes, distantes de sus antecesores y antecedentes literarios.

Han pasado más de once años desde aquellos relámpagos de agosto, y me doy cuenta que, de manera fatal, mis profesores de El Colegio de México erraron: no era la pedofilia lo que defendí a capa y espada, tanto en México como en Japón, sino el derecho a vivir y disfrutar del mundo pop.

De mi parte, en la dificultad de interpretación del poemario de Christian, de inicio me di a la tarea de inquirir, de buscar lo oculto de las intelecciones y emociones expresadas por el autor. Lo dicho o mal dicho en mi interlocución lo hago desde mi intersubjetividad y del efecto causado por el texto literario. En el fondo, permite entrever, en su estructura, dejos de hibridación cultural, acomodados en anárquico ordenamiento. Al fin, la presencia de un decir abigarrado de emociones.


[1]    Doctor en Educación, Especialista en Comunicación Educativa, Licenciado en Psicología, Profesor de Tiempo Completo y Cronista de la Facultad de Ciencias de la Conducta de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha publicado las crónicas Mis cuatro mujeres (UAEMex, 2014), Crónica de los olvidos (UAEMex, 2014), Crónica del movimiento del 68. Derechos humanos (UAEMex, 2015), Palabras, palabras y más palabras. Crónica de la cotidianidad insitu (UAEMex, 2015).

jueves, 18 de junio de 2015

Palabras de Cecilia Juárez sobre "Moratoria"



Conocí a Christian Hernández en 1998, en la facultad de humanidades, cuando ambos iniciamos la licenciatura en letras latinoamericanas. Los primeros días era como se describe en las páginas iniciales de “Moratoria”: en la escuela siempre creyeron que estaba loco. Era un muchacho embebido en sus propios pensamientos que miraba por turnos la pizarra y su cuaderno de notas; de vez en cuando emitía alguna opinión, casi siempre inteligente. Hacía aspavientos de las cosas que iba comprendiendo y se reía solo. No hablaba con nadie. Hasta que un día llegó corriendo hacia donde yo estaba y me gritó: “¿Tú eres Cecilia Juárez?” Pensé que después de 3 meses de clases sabía mi nombre y estaba emocionado, pero en realidad venía a mostrarme mi primer texto publicado, por esos años, en la revista universitaria El hocico del tlacuache. A partir de ese momento, Christian comenzó a integrarse a lo que serían las veladas literarias que hacíamos itinerar por las casas de nuestros padres, para desgracia de ellos.

Infancia es destino, porque destino es obsesión.

En Christian reconocí siempre el valor de la obsesión: los temas que le arrancaban la pleura en sus primeros años, persisten en la mente del actual treintañero. El amor de las niñas, que buscó agitado entre las páginas de García Márquez y el manga japonés, la máquina de baile, el fenómeno idol, el Altazor de Huidobro, Roman Jakobson, Gorostiza y la Muerte sin fin que lo fascinaba, esas alas rotas en esquirlas de aire, esa insolencia que prevalece en él y que le ha valido más bofetadas que abrazos.

Moratoria es, en muchos sentidos, el calce de sus circularidades, sus razonamientos peculiares, el receptáculo de las obsesiones que lo han llevado hasta el sitio del pensamiento desde el que ahora escribe este libro confesioficcional, pulido por la mitología personal y sus paradigmas y por ese crecimiento impuro de un sentido erótico bien torcido, como son todos en una secreta realidad. Página a página, Hernández va develando una especie de fantasía neurótica alimentada por el razonamiento, pero que no niega la cruz de su parroquia: igual aparece Cortázar que la cumbia de Arturo Jaimes y los cantantes; junto a Silvio Rodríguez, entra en escena Britney Spears. Y todo por el derecho al pop.

Más que de pedofilia, este texto trata sobre la fotografía que toma la conciencia de nuestra infancia y -por alguna clase de mecanismo kármico que desconocemos- queda fija en la conciencia adolescente y la cuasi adulta y, tal vez, finalmente de la conciencia adulta y anciana:

A lo largo de mi vida, he sido un niño. En mi tiempo libre he jugado a imitar el mundo adulto. No me arrepiento de haber salvaguardado mi alma

Siempre se quiere como se quiso la primera vez, muy en el fondo. Aprendimos a hacernos de los afectos y los juicios y las pérdidas de la misma manera que aprendimos a ir creciendo como si nos echaran a pedradas de la infancia y luego de la adolescencia y así hasta la muerte. Pero no significa que nuestra psique esté obligada a seguirnos por esos vericuetos de la madurez social en los que vamos trastabillando para terminar una carrera, conseguir un trabajo, una pareja, un auto, una reputación, una familia como dicta la heteronorma.

A veces, como pasa en Moratoria, nuestra psique se queda contemplando el lago nítido de nuestra infancia, mientras nosotros, desde otras latitudes orgánicas debemos seguir avanzando. Sólo esa fotografía quedó fija y se filtró hacia todos los presentes que fueron pasados y los que serán presentes cuando ocurran en el futuro. Tenemos un tiempo compensatorio, podemos tardarnos un poco más delante de nuestro propio espejo, tratando de dilucidar qué cosas perdimos en ese parque oscuro de la infancia. Qué cosas que extrañamos y buscamos hasta la fecha, como el primerísimo amor o el sabor de las primeras veces para todo lo que hemos probado.

Termino con una pregunta del poema Rewind. Una pregunta que todo mundo debería hacerse y, sobre todo, debería poder contestarse:

¿Hemos crecido para bien, como el bambú?/ ¿o somos hierba silvestre enraizada entre las piedras?

miércoles, 17 de junio de 2015

Palabras de Ezequiel Reyes sobre "Moratoria"



“Quedan recuerdos que no borraré de mi mente por más que enloquezca”
Christian Hernández

Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito;
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.
Ramón López Velarde

Conocí a Christian Hernández, en 1999, en el cineclub de animación japonesa organizado por Pedro Camelo, en el Tec de Monterrey Campus Toluca. Christian era uno de los externos al Tec de Monterrey que asistían a este cineclub (yo era otro). Allí, vimos Evangelion por primera vez. También, vimos varias películas y animaciones japonesas antes de que las emitiera la televisión abierta. También, recuerdo asistir a la función de una de las películas de Evangelion, en la Facultad de Humanidades de la UAEMex, con su entonces amiga Dinorath Ramírez (otra famosa toluqueña que entró a la escuela de cine del Centro de Capacitación Cinematográfica antes que yo lo hiciera en el año 2008). Sin embargo, conocí verdaderamenete a Christian en una reunión de amigos, con bebidas alcohólicas, y una muy buena charla, en una comunidad de “freaks del comic, los videojuegos y el manga”, llamada “Comunidad X”, cerca de la iglesia de “El Ranchito”, durante mi año sabático, en 2004, cuando ya había salido de Ingeniería y estaba escribiendo mi tesis y leyendo como desquiciado a Philip K. Dick. Durante ese año, asistí a más reuniones etílicas en “la comuna”, el espacio de venta de comics, que en toda la carrera de Ingeniería. Christian ya había entrado a la Maestría de El Colegio de México en estudios asiáticos, y descubrí su pasión por la literatura de lolitas (Nabokov, García Márquez, etc.) y, particularmente, por el fenómeno del rorikon, que yo no conocía, y que Christian me detalló. En esas reuniones, también conocí a Héctor, que aparece en el poema “Rewind”, y también a Valeria, una de las mujeres a las que Christian dedica “Del Eros al Logos”, uno de los poemas más intensos de su libro:

Soy un loco y he visto más vaginas que planetas,
más mujeres que vaginas,
y dos lunas con su escolta de cometas

Al año siguiente, en 2005, asistí por primera vez a una TNT, convención de cómics y animación japonesa, una experiencia que tardé en asimilar, siendo un veterano de las Conques y las Mecyfs, convenciones de cultura pop gringa. Las TNTs eran eventos completamente distintos: reuniones donde culturas diferentes se encontraban y los mexicanos podían convivir con una gran parte de la cultura pop japonesa, de esa cultura pop que Christian utiliza como tema en sus poemas: evasión y objeto de estudio, a la vez.

Lamento haber perdido tantas tarde frente al televisor
ahora que puedo mirar el mundo que está afuera.
“Sayonara”.

Conocí a su novia japonesa, Motoko, no recuerdo en qué año. Asistí, junto con él y Héctor, a algunas reuniones del Aki Matsuri, el festival de otoño que organiza la Asociacion japonesa en México, en la calle Fujiyama 144. colonia Las Águilas, en la Ciudad de México. Allí, es el escenario en el que se ubica el final del poema “Rewind”:

Reunidos en un círculo concéntrico,
los otaku de Toluca y del D.F.
brindamos con un bote de Sapporo,
y al final, Héctor se tragó las babas.

Tiempo después, en una TNT, en 2006, presenté un comic que autopublicamos en un colectivo al que pertenezco: “4 vientos”, y volví a encontrarme con Christian y Héctor, y compartimos algunas aventuras ese año. Conocí a sus compañeras de la Maestría del Colmex, quienes estudiaban otras regiones de Asia y que asistieron disfrazadas de personajes de animación japonesa a una TNT.

En 2006, Christian vivió en un cuarto en una casa de huéspedes. La misma donde vivió por unos meses mi hermano, quien también estudió en la ciudad de México, en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Yo mismo llegaría a estudiar en México una Maestría patrocinada por Conacyt, y a finales del 2007 viajaría también a Japón, a un congreso de optimizacion y técnicas de ingeniería, y sería Christian mi asesor para entender mejor los lugares, los comportamientos, y darme ciertos tips, ya que él había viajado varias veces antes a ese país, tal como consta en su libro.

En 2007, asistí con mi novia de aquel entonces a un desfile en Metepec, y me encontré con Christian. Dimos un recorrido y vimos a un niño, apartado de los demás, leyendo un libro o escribiendo en su libreta, y Christian me comentó que le recordaba a cuando él era niño, cuando se retiraba a leer y a dibujar en la soledad. Recordé ese momento cuando leí el segundo poema de Moratoria:

“Primer Amor”
En la escuela siempre creyeron que estaba loco.
A la hora del recreo, me apartaba en una banca a almorzar,
mientras miraba al horizonte.
No me gustaba jugar, ni convivir mis compañeros.
Prefería aislarme, mientras soñaba despierto...

Recuerdo alguna otra reunión, en su casa en Metepec, mirando jugar a la Selección mexicana de fútbol, mientras tomábamos cerveza mexicana, y él tomaba cerveza japonesa. Fue, al final de la noche, cuando Christian nos programaba, a Héctor, a Ángel y a Erick las famosas Morning Musume, entre otros grupos de Idols japonesas.

Los blogs de Christian se volvieron más polémicos y politizados en 2006, año del fraude electoral en las elecciones presidenciales de ese entonces. Sin embargo su actitud crítica hacia las instituciones y la política mexicana tienen antecedentes que no conocía, como indica su poema “Tadaima” que termina con unas líneas que hacen referencia a la fiesta patria del 16 de septiembre del 2012:

Los mexicanos cantan
me invitan a vivir la guerra
me invitan a morir por mi país
me invitan a desear dentro de mí
no haber nacido jamás en esta tierra.

He leído algunos poemas de Christian en la revista La Colmena de la UAEMex, pero su libro de poesía podría leerse como una pequeña autobiografía del dolor y la pasión de un hombre que siempre quiso ser un niño y seguir las cosas que más lo apasionaban: el amor, el sexo, la cultura pop japonesa, el karaoke, las cervezas japonesas, las letras de canciones y las Idols.

Tadaima

De nuevo en México
busco a la chica que me hizo feliz antes de salir de viaje
(no esta disponible) por eso enfurezco, corro, lloro,
termino por aceptar que tiene novio
y grito con desesperación la letra de alguna canción en japonés
para que los hablantes hispanos
no sepan de mi dolor, de mi tristeza....

En México no hay karaoke
por eso enloquezco
me salgo de clases y bebo tequila
acompañado de personas a las que termino por llamar amigos

Falta que alguien (con conocimiento del idioma japonés) le diga a Christian “okaeri” (“bienvenido”), ahora que presenta su libro de poemas. Tal vez cuando lo presente en Metepec, alguien que lo conozca y que también hable japonés, se lo diga. Y tal vez, Christian responderá, cuando termine su presentación, “itte kimasu (“ya me voy”). Entonces, Christian regresará a Chilpancingo, a seguir escribiendo poemas y dando clases, después de haber estudiado y trabajado en esta ciudad de Toluca tan bipolar.

Creo también, como lo hace Christian Hernández y Alejandro Jodorowsky, que el arte es sanador, catártico. Las manifestaciones artísticas nos ayudan a liberar nuestros demonios internos, a expiar nuestros pecados (para aquellos que son católicos), a sanarnos como individuos y como sociedad. Yo mismo lo he tratado de hacer en un par de cortometrajes que he escrito y dirigido, y con “Moratoria”, el poema que da título al libro.

Christian escribe un homenaje que a veces suena a confesión y juicio de defensa (señores del jurado), pero es también una recapitulación de lo que fue, de lo que pudo ser, y de lo que ya no fue:

Hoy,
ya no puedo soñar contigo,
nuestra hija falleció,
y con ella, ese futuro:
adiós a nuestra relación,
adiós a nuestro viaje a Japón,
adiós a nuestra vida en común,
y adiós a la bebé
que cuidaríamos juntos.

Todavía tengo la cama que compré para los tres.
Tienes, aún, las cenizas de mi hija.

[...] Hoy no somos más que un par de animales
heridos: el cuerpo cubierto de llagas, los ojos
cubiertos de lágrimas, las bocas abiertas,
sedientas de amor y de sangre, diciéndote
adiós, amor mío, en este, tu único funeral.

Toluca, México, 17 de junio de 2015.



Publicado también en La Luna No. 211.

viernes, 15 de mayo de 2015

"Moratoria"



Moratoria es el primer libro que me he animado a publicar, después de más de 15 años de escritura, desde aquellos tiempos previos a mi ingreso a la Licenciatura en Letras Latinoamericanas de la UAEMex, cuando era discípulo del Mtro. Eduardo Osorio y asistía a los Talleres del Centro Toluqueño de Escritores.

Sin duda, Moratoria es una verdadera antología: desde los poemínimos que escribí después de los autoatentados en contra de las Torres Gemelas del World Trade Center (2001) hasta el poema que le da título al libro, el cual narra los hechos ocurridos alrededor de la muerte de mi hija, la bebé Karine Sophie, en diciembre de 2009.

Muchos escritores publican libros temáticos en los que ponen a prueba su capacidad para desarrollar ficciones que poco tienen que ver con su esfera personal. Ese estilo de escritura no es lo mío. Tal como lo he anotado, detrás de cada línea que he escrito y publicado está mi vida.

Admiro la capacidad de algunos escritores para crear mundos fantásticos ajenos a su realidad (social o personal). Pero comparto cabalmente la idea de Alejandro Jodorowsky sobre la función del arte: el arte debe de sanar: sanarme, por lo menos, a mí mismo.

Así, Moratoria recoge textos que partieron de (y que hacen referencia a) procesos personales de sanación, de evolución, de maduración emocional e intelectual, de intentos de escapar a la tristeza, a la soledad o a la locura:

"Deconstrucción": sobre la televisión y el terrorismo mediático provocado por los Estados Unidos de América después de los (auto)atentados del 11 de septiembre de 2001. [Un texto que toma los primeros versos de "Finisecular" publicado en La Luna 117.]

"La aprensión de la carne por caer": sobre la pedofilia, la soledad y la pornografía infantil en Internet. [Inédito.]

"Primer amor": sobre el amor infantil, la censura de los adultos, y el consumo de series de animación (estadounidenses, japonesas y europeas) transmitidas por televisión a mediados de la década de 1980. [Inédito.]

"Del Eros al Logos": sobre el amor juvenil, el ejercicio de la sexualidad, la vida en pareja, y el consumo de diferentes productos mediáticos y culturales a inicios de la primera década del 2000. [Una versión corregida y mejorada de "El viaje del Eros al Logos", publicado en La Colmena 43.]

"Tadaima": sobre el "shock cultural" que experimenté, después de realizar mi primer viaje a Japón (en 2002), al regresar a México. [Versión íntegra del texto publicado por la UAEMex en Apertura Universitaria.]

"Sayonara": sobre la nostalgia que me invade al recordar los momentos vividos, en mi infancia, en la Primaria "Adolfo López Mateos" de Metepec. [Texto publicado en La Colmena 71.]

"Yūkake": sobre la nostalgia que me invade al recordar mis últimos días en Japón, especialmente, en Fukui, al final del verano del año 2003. [Inédito.]

"Kokoro kamikaze": sobre el amor pasional y temerario: un corazón que se enamora de una persona, sin medir las consecuencias. [Inédito.]

"Kanai": sobre el final de mi relación con mi primera novia japonesa, a quien hice viajar a México en dos ocasiones (en diciembre de 2002 y en diciembre de 2005). [Inédito.]

"Rewind": sobre la nostalgia al recordar a mis amigos otaku de México. [Publicado en Valor universitario 37.]

"Moratoria": sobre los sucesos alrededor de la muerte de mi hija, la bebé Karine Sophie. [Inédito.]

"Rito de paso": sobre la vida burguesa que se apoderó de las mejores mentes de mi generación. [Publicado en Valor universitario 19.]

"Hija Televisa": sobre la hija (enajenada) que espero nunca tener. [Publicado en Valor universitario 28.]

"Mundo pop": sobre el valor de agradecer a las mujeres por todo lo bueno (y lo malo) que han dejado en mi vida. [Texto rechazado por Perfiles HT (de la UAEMex), publicado en La luna 137.]

Agradezco de todo corazón, a mi editor el Maestro Jorge Manuel Herrera por el trabajo conjunto, emprendido desde finales del año pasado, por el espacio, por el apoyo, y por la confianza para publicar mi primer libro.


Saludos.