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viernes, 24 de febrero de 2023

Atisbos poéticos a la obra de Catalina Miranda

https://www.facebook.com/catalina.miranda.9678


Catalina Miranda (México, D.F., 1962) es una escritora, editora y poeta mexicana, creadora de la Editorial Ariadna S.A. de C.V. y de los Premios Ariadna de Poesía y Cuento que se celebran anualmente desde 2018. Poemas deshabitados, Variaciones para un solo deseo y Desprendimientos son sus primeros tres poemarios que publicó la Editorial Fugaz, en 1998, y que fueron reeditados por la Editorial Ariadna en 2020 y 2021. Una lectura atenta de ellos descubre una voz femenina sensible y diferente a las ya establecidas. Me sorprende. Algunos de sus poemas me recuerdan cierto tipo de poesía japonesa. Incluso rayan en el haikú:

TORTUGA
Marítima mudanza
de arena y polvo

Pero es su poesía íntima lo que me cautiva. En la “Presentación” de sus libros, la autora nos cuenta que, en el momento de escribir estos poemas, sus padres habían fallecido recientemente, sus hermanos mayores vivían lejos y ella residía sola en la Ciudad de México siendo aún una estudiante universitaria. La poeta se lamenta por su condición, aunque esa emocionalidad no se refleja en el conjunto de su obra. En Poemas deshabitados, la poeta se nota contenida. La joven autora prefiere no sentir. Intelectualiza, en sus versos, su propia condición humana. Por ejemplo, en el poema “Tristeza”:

Miras otra vez
cómo se desliza
cómo traspasa
para llegar
y extenderse
Siéntela descífrala
para que ya no
te inoportune
para que ya no
trasmine su textura
en tus poros

“Descifrar” es igual a “intelectualizar”. La poeta se habla a sí misma en el poema porque ha preferido desdoblarse: que sienta la otra, no ella misma. Por eso mismo, no es sino hasta que establece un “Monólogo” con su interior que atestiguamos, por fin, sus sentimientos:

Del muro soy una
descarapeladura
[…]
soy la herida en la pared
herida surgí
sin intención alguna

La poeta no es la pared que construyeron sus padres: es sólo una grieta presente en el muro familiar. No es el tabique (material) lo que le da forma a la autora sino la oquedad (no material) lo que permite su existencia. La poeta se siente sola y, al mismo, tiempo vacía. Hay un poemínimo, incluso, que resulta alegoría:

Círculos
serpentinas verdes
no aceptan el vacío en su interior

Tampoco ella lo acepta. Al igual que las tiras de papel coloridas, la autora se vuelca en torno a su vacío. Sabe que existe, pero no se atreve a sentirlo. Por eso mismo, termina por despersonalizarse, por sentirse enajenada, por evitar el contacto con los otros. Así lo atestigua en “Exhorto”:

No entiendo los ojos
ni las bocas
ni las manos cuando me tocan

Por eso usa “entender” y no “sentir”. La poeta contempla el mundo detrás de una barrera transparente que la pone a salvo del mundo exterior (y de los otros) pero que lo deja visible para ella. Así se evidencia en “Los visitantes”:

Mientras miraba el cristal
los descubrí
salían uno tras otro de sí mismos
compitiendo con la lluvia
un día
cuando vuelva a encontrarlos
romperé el cristal y me uniré a ellos

No es sino hasta que llega “Tiempo”, justo al final del poemario, cuando la poeta reconoce, por fin, que se siente vacía, despersonalizada y confundida:

Dime dónde
¿soy ésta?
voy entre las plumas
de lo inmenso
confundida busco
atrás de lo pensable
la nada me habita
me rodea
soy simulacro de lo imposible

En Variaciones para un solo deseo, la poeta sigue atestiguando la soledad, el vacío y la despersonalización que la rodea. Utiliza la flora y la fauna como símiles de su propia condición personal.

Tortuga hueca
serpiente equivocada
en tus escamas
sirena vieja
oculta te transportas
como crisálida en campo
nebuloso
en pordioseras aguas
en turbios rostros
olfateas
una escuálida palabra
una magra oración
sin esqueleto
heraldo para tu mano
que busca en esta página
significado

[...]

Rostro raíz
tus cabellos de pétalo
te sostienen
pez árbol
medusa flor
flama de sol en el agua
rozan tus escamas
el coral policromo
mientras tus pensamientos
reproducen burbujas
que no entiendes
vuelas nadas
te abres te fecundas
quimera hoja bajo la ola
de la noche

El acercamiento a la naturaleza le hace descubrir a la poeta el Tao, el orden natural de la existencia. La poeta, entonces, proclama creer en dios y en la muerte “porque entre ellos yo/ el lazo imperfecto/ el lazo necesario que cierra/ el círculo de la totalidad”. Y, desde esa posición ontológica, se resignifica: ya no hay vacío, ni enajenación, ni soledad. La poeta encuentra su pareja y, en la segunda parte del libro, habla de ella (y de los encuentros amorosos que establece con ella).

La convocatoria del Premio Ariadna de Poesía 2021, en su punto 7, establecía que aquellos interesados en participar debían elegir uno o varios poemas de este libro y escribir una reseña. Yo la hice sin saber que, para la convocatoria 2022, los requisitos cambiarían. Sin embargo, no quise dejar pasar la oportunidad para compartir con ustedes mi gusto y asombro por una poeta mexicana que en su poesía expresa la condición femenina y su erotismo:

Voy entre tus piernas
como el insecto
trovador de ramas
me detengo
succionando savia
me inflo
me elevo
regreso impulsada
sobre tus manos que labran
mis alas

La convocatoria del Premio Ariadna de Poesía 2022 se encuentra abierta y cierra el 28 febrero de 2023. Para más detalles consúltese: https://editorialariadna.com/premio-ariadna-de-poesia-2022/


Saludos.


Publicado también en Viceversa noticias.

martes, 1 de noviembre de 2022

Carta póstuma para fantasmas benévolos


«Ella era la vida, nada más que la vida, y la violencia.»
Annie Ernaux.


I

Leo a la más reciente premio Nobel. Tirado en cama, desde el celular, con las luces apagadas. Sin lentes. El cuarto frío y a oscuras. Encuentro que la autora ha escrito una novela sobre el Alzheimer y la muerte de su madre. Obra maestra para desmontar el temor y el asco por la vejez, la mierda y el orín. Diario personal con final ya anunciado.
Leyendo a la autora me doy cuenta de que el drama de cuidar a los más viejos trasciende las fronteras. No importa si estamos en Francia o en México, la senectud pesa más en la familia.
—¡Mamá! ¡Mamá!
—No soy tu mamá, ¡soy tu hija!
Mujeres condenadas por su género a cuidar: al final, a los ancianos. Levantarlos de la cama, limpiar sus mierdas, darles de comer, aplicarles medicamentos...
—Ayer fue lunes y la inyección de insulina le tocó en el brazo izquierdo… Hoy es martes... le toca en el derecho.
Trabajo doméstico que no se retribuye. Tema de Tesis para las feministas.
La autora francesa se debate entre abandonar a su madre en un asilo o dejar su carrera como profesora. Prefiere seguir corrigiendo y calificando exámenes.
En todo esto, me parece, hay un duelo inconsciente no resuelto: el no aceptar que nuestros padres no son omnipotentes; el no aceptar que nosotros también somos viejos. Nueva ropa y maquillaje para ocultar la edad, el desgate del cuerpo, las articulaciones que no sirven, el cuero que cuelga del rostro.
—Ponte bien la crema en la cara, mamá. En la cara. ¡En la cara!
Experiencias que la gente preferiría no vivir. Que prefiere no vivir. Juicio moral que acontece en la intimidad, alejado de todos los ojos ajenos, completamente en silencio.

II

En septiembre, murió mi abuela Agustina. Al final de sus días, todo mundo la conocía como Catita. La historia del cambio de nombre es muy curiosa: Mi abuela era diabética. Y después de perder a sus hermanos menores, se puso mal. (Yo le di la noticia de la muerte de mi Tío Chayo y la vi llorar como nunca). El azúcar le llegó hasta el cerebro. Cayó en coma. Los infartos cerebrales la mandaron al hospital. Ahí quedó internada por más de un mes. Como no tenía IMSS, ni ISSSTE, ni Seguro Popular, mi familia optó por internarla en el Nicolás San Juan (un hospital público a cargo del Gobierno del Estado de México). Para darla de alta, tenían que tramitarle su pase de salida. Pero mi mamá no encontraba ni su INAPAM, ni su INE, ni su acta de nacimiento. Cuando mi abuela era niña, no existía el Registro Civil en Metepec. No fue sino hasta que, ya de adulta, mi abuela hizo su trámite por su propia voluntad y hasta obtuvo su CURP. Pero no teníamos el registro de ninguno de aquellos documentos. Mi abuela, como tantas personas en México, carecía de personalidad jurídica. Mi mamá, desesperada, volteó su clóset tratando de encontrar algún indicio. Pero no fue sino hasta que notó que el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que colgaba en la cabecera de su cama estaba chueco, cuando al acomodarlo, encontró su fe de bautizo:
«El 28 de mayo de 1924 ha sido bautizada en esta Parroquia una niña a quien se le puso por nombre Catalina Agustina»
Más que un cambio fue una rectificación de nombre.

III

En septiembre, murió mi abuela Agustina. Un mes después, mi abuela Pili. “Ya están en el cielo las comadritas”, me dijo alguien en el velorio de la última. Y era cierto porque mi abuela Pilar casi no tuvo amigas. Fue mi mamá (su nuera) quien la invitó a salir y participar en los viajes que organizaba el Club de la tercera edad del DIF a destinos como Boca del Río o Papaloapan o San Juan de Los Lagos o Zacatecas. Y en tales excursiones, mis abuelas se hicieron amigas. Cada vez fue más notorio. Por ejemplo, cuando en las reuniones familiares en las que coincidían se sentaban aparte a conversar por horas sobre los temas que compartían. Nunca esperé que mi abuela Pilar fuera a sufrir tanto con la pérdida de mi abuela Agustina. A veces duele mucho perder a una amiga.

IV

En septiembre, murió mi abuela Agustina. Y se supone que yo debería escribir de ello. Pero la verdad es que me dolió más la pérdida de mi abuelo Jesús. Porque fue el único abuelo varón con el que conté en mi infancia. Porque su desgate corporal e intelectual vino demasiado rápido. Porque, además de mi padre, era alguien con quien podía compartir mis aventuras en Japón. Y cada vez que yo regresaba de aquel país, admiraba con fervor las fotografías que tomaba para él de templos, jardines zen, edificios modernos, autopistas... Me dolió porque su pérdida simbolizaba el inicio del fin de la dinastía Hernández-López. Me dolió porque iba a perder a la única persona en este mundo que dejaba que me pendejeara.
Mi abuelo falleció a mediodía. Pero no pude (no me atreví) a visitar su cadáver. Mi madre casi me obligó a subirme al auto familiar para darle el final adiós. En su cama, la cama del lecho matrimonial que habían compartido tantos años, yacía mi abuelo: completamente calvo, ojos cerrados, las manos entrelazadas a la altura de su pecho. Y yo tomé sus manos y le susurré al oído:
—No te preocupes, abuelo. Puedes irte en paz. Seremos los hombres buenos y responsables que tú criaste.
Y el cadáver suspiró. O al menos pareció un suspiro. Y mi Tía Teresa salió corriendo del cuarto, llorando. Y mi madre volteó a verme, con los ojos llorosos, como diciéndome “ves, te estaba esperando para despedirse”.
Mi abuelo Jesús y su Alzheimer. Nunca olvidaré que en la noche obscura que se le vino, yo fui el único de sus nietos al que siempre recordó por su nombre: Christian.

V

En septiembre, murió mi abuela. Y se supone que yo debería escribir sobre ello. Poner en papel algo bonito. Como lo que publiqué en Facebook un día después de su fallecimiento:


Acompañado de una foto de cuando yo era bebé: ella cargándome, sonriente sin mostrar los dientes, orgullosa de mí. Fui su primer nieto. Y desde siempre el consentido. Pero su toxicidad me hizo también ser quien soy: egoísta, petulante y presumido. Pasé de ser un niño inseguro y asustadizo a un adolescente temerario que no medía las consecuencias. Y todo mundo cree aún que es debido a mi madre. No. Ella no. Era a mi abuela la que me crio.

VI

Debería escribir algo bonito sobre mi abuela. Pero no. Prefiero contar cómo corría a mis amigos de la casa: porque se comían toda la fruta, porque metían lodo en los zapatos, porque se gastaban el papel del baño... Nunca pude tener novia de mi edad porque a todas las niñas (y adolescentes) a las que llevé me las corrió. Excepto a una (o, mas bien, a dos). No tengo culpa ni rencor ni odio. Ya no. Fueron otros tiempos y otras condiciones. Antes de morir, pude darle lo que quise en vida. Se sentaba a comer conmigo y con mi esposa todas las tardes. Y no renegaba de la comida que le daba. Todavía me leyó. En una caja de zapatos encontramos unas impresiones de desecho de mi primer poemario no publicado: Surada (1999). Todavía me vio feliz, abrazando a mi hija recién nacida. Mi hija le decía “Gatita”. Que en paz descanses, Catita.


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Saludos.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Palabras de Mario Bogarín Quintana


Amor, desgarro y un viaje a la lejanía perpetua.

Atisbos a la obra de Christian Hernández

  

Mario Javier Bogarín Quintana

Universidad Autónoma de Baja California

 

La búsqueda que el autor mexiquense Christian Hernández emprende en su obra literaria es no sólo la de una voz propia sino la generación de un marco personalísimo desde dónde entender el amor. Este tema universal y, por lo tanto, siempre actual y necesario, es el objeto de todo su trabajo, del que he podido leer Moratoria (2015), Amor Koi Love (2018) y Eternos juegos de amor (2019). Los dos primeros, poemarios, y el último una colección de cuentos donde su autor decanta sus memorias, deseos, obsesiones e ilusiones sobre la condición humana atravesada por las trampas de la pasión y el dolor de lo efímero.

            Quienes conocemos a Christian por su ya dilatada trayectoria como investigador de las culturas japonesas (así en plural, para irnos acostumbrando), sabemos de su inquietud por los resultados que los choques y desbalances interculturales generan en nuestra visión de aquel país lejano pero para nosotros tan cercano mediante sus estudios y ahora su poesía y narrativa. Se trata, a mi modo de ver, de uno de los principales motores que mueven su escritura y la configuración de esa nueva realidad que todos los escritores buscamos en nuestro trabajo: Japón como eje articulador de la percepción para procesar la existencia cotidiana.

            Esto no es nuevo para quienes desde muy jóvenes intentamos, como el autor, conocer más de nosotros mismos a través del reflejo que nos devuelve una cultura que, a saber desde qué resortes del imaginario que construimos desde pequeños o muy jóvenes, nos indica que ahí está sólo para nosotros, como el titilar de la luz más blanca en la forma como esperanza de conocer más del mundo que nos tocó vivir. Uno de los personajes del cuento “Mi novia es una joshikosei” emprende su anhelado viaje a tierras niponas y una vez ahí, en compañía de un amigo que lo celestinea, comprensivo, descubre la entrega amorosa de una bella chica sólo para que esta lo abandone al día siguiente, con todas las implicaciones emocionales y disquisiciones psicológicas que ello implica para el joven protagonista.

            Por supuesto, el repertorio argumental de sus cuentos no se agota en la referencia japonesa. En “El amor no es cosa fácil”, Christian nos plantea, a más de una historia bien resuelta como anécdota de las batallas amorosas de la juventud inexperta, temerosa, un breve tratado acerca de las formas y dimensiones del amor en una clave ensayística digna del mejor Kundera. Una reflexión que no nos deja indiferentes cuando hemos leído ya los poemas que preceden a este libro y entendemos mejor los esfuerzos, alegrías y decepciones que el autor ha decidido compartirnos.

            Porque las historias de su libro de cuentos son contemporáneas en su mayoría de los motivos que impulsan su obra poética, y eso dice mucho si, en un afán crítico que linde con el análisis literario, descubrimos que el camino de descubrimientos ha iniciado desde el breve poema en prosa “Motoko”, incluido en su segundo libro. El recuerdo de una novia con la que compartió alguno de sus viajes iniciales al archipiélago asiático queda fijado como una fantasmagoría a la que el narrador (lo mismo que el poeta) vuelven a cada momento.

Lo anterior debido sin duda a la marca que deja el recuerdo en un momento clave del desarrollo literario y humano de Christian, como nos lo explica en “Del eros al logos”, quizá su texto más confesional y el que a mí personalmente me ha sorprendido por encima del resto en tanto que me permitió conocer un poco mejor a Christian el hombre. Esta prosa que tiene su versión trilingüe que incluye traducciones al japonés e inglés en el segundo poemario, revela, junto con “Primer amor” en su poemario inicial, algunos de los aspectos biográficos que nos revelan a un autor con un poderoso impulso vital o, como decía una de mis maestras de literatura en la secundaria, un alma de alto voltaje. Y es que ese es, desde mi perspectiva, un requisito elemental para quien se lanza a las aguas procelosas de la literatura en estos tiempos en que la oferta es mayor que nunca y su acceso cada vez más masivo.

Voltear hacia la obra de Christian Hernández implica también conocer de su convicción política. Toda su obra, incluso en sus afluentes erótica y anecdótica, está impregnada de su ardiente deseo por habitar un mundo mejor. La fantasía y la acción se vuelven, pues, facetas de una moneda con dos caras idénticas. Su oposición a las miserias de esta sociedad, su rabia digna contra la injusticia, son una impronta constante en sus escritos literarios, académicos y de opinión. Para mí, a la luz de mi lectura de sus tres libros, esto tiene relación con su enfoque de una realidad alternativa a la que nuestro mundo mexicano no tendría por qué no acercarse.

La cruzada que el autor emprende en forma cotidiana con la pluma y el teclado da cuenta de estas inquietudes permanentes en su obra y, seguramente, en la que está por venir. La obra en cuestión es además, una narrativa de formación. Como a estas alturas se podría adivinar, hay una esencia de la bildungsroman en muchos momentos de la narrativa como de la poética que podemos leer en sus libros. La transición de la niñez a la vida adulta en muchas ocasiones es tratada como un proceso aceitado por ritos de paso en los que estos se vuelven el conflicto en sí de las historias.

Algo que debemos destacar en el caso de nuestro autor es que demuestra la sensibilidad suficiente para mostrarnos no sólo dicho esquema sino la esencia propia de cada etapa del desarrollo.

La infancia como terreno de descubrimientos frenéticos que lega a la adolescencia las herramientas necesarias para no perder la capacidad de asombro ante un mundo brutal pero bello al mismo tiempo, y la adolescencia como escenario de vivencias sensibles riquísimas que se volverán patrimonio del que la madurez echará mano para su propia supervivencia en un entorno muchas veces cruel e inhóspito. Cabe resaltar esto como un mérito de quien como narrador y poeta sabe distinguir las características preciosas de cada época de la vida y reconocerle a cada cual su valor y trascendencia.

Leamos, pues, a Christian Hernández con la mente receptiva y con la certeza de que no sólo encontraremos en su obra reflexiones amplias en torno al mundo que le ha correspondido otear y decodificar, sino también atentos a los muchos chispazos de humor que nos depara su visión personalísima, entrañable, que nos obliga a sostener sus libros hasta la última página en busca de más claves para comprenderlo como ser humano. No se arrepentirán, como yo tampoco lo he hecho y quedarán, como yo, ansiosos por leer la siguiente entrega.

 

Moratoria (2015). Diablura Ediciones. Colección Arca de Diablos. Toluca, México.

Amor Koi Love (2018). Edición de autor.

Eternos juegos de amor (2019). Trajín. Alternativa Editorial. Ciudad de México.


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Saludos.