
Elaborado por mí, y compartido, también, en mi FaceBook.
Saludos.

1) En su calidad de producto comercial de exportación, las obras de Murakami carecen de los elementos históricos-culturales para poderse llamar “obras maestras” (kessaku).
2) Al no poseer un marco de referencia crítico sobre la historia y la cultura de Japón, las obras de Murakami no logran considerarse “literatura nacional” (kokumin bungaku) pues configuran un mundo ficticio alejado de las problemáticas político-sociales del archipiélago.







La relación con el poder de los intelectuales mexicanos viene de lejos. No digo que todos sean así. Hay excepciones notables. Tampoco digo que los que se entregan lo hagan de mala fe. Ni siquiera que esa entrega sea una entrega en toda regla. Digamos que solo es un empleo. Pero es un empleo con el Estado. En Europa los intelectuales trabajan en editoriales o en la prensa o los mantienen sus mujeres o sus padres tienen buena posición y les dan una mensualidad o son obreros y delincuentes y viven honestamente de sus trabajos. En México, y puede que el ejemplo sea extensible a toda Latinoamérica, salvo Argentina, los intelectuales trabajan para el Estado. Esto era así con el PRI y sigue siendo así con el PAN. El intelectual, por su parte, puede ser un fervoroso defensor del Estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El Estado lo alimenta y lo observa en silencio. Con su enorme cohorte de escritores más bien inútiles, el Estado hace algo. ¿Qué? Exorcisa demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. Añade capas de cal a un hoyo que nadie sabe si existe o no existe. Por supuesto, esto no es siempre así. Un intelectual puede trabajar en la universidad o, mejor, irse a trabajar a una universidad norteamericana, cuyos departamentos de literatura son tan malos como los de las universidades mexicanas, pero esto no lo pone a salvo de recibir una llamada telefónica a altas horas de la noche y que alguien que habla en nombre del Estado le ofrezca un trabajo mejor, un empleo mejor remunerado, algo que el intelectual cree que se merece, y los intelectuales siempre creen que se merecen algo más. Esta mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve locos. Algunos por ejemplo, se ponen a traducir poesía japonesa sin saber japonés y otros, ya de plano, se dedican a la bebida.

Hay personas que escribimos de manera fea y mediocre (peor aún que Paulo Coelho) pero, por lo menos, no nos ocultamos debajo de una identidad ficticia y prefabricada para interactuar en una red ya de por sí ficticia y prefabricada.
1. Lee más de lo que escribes.
Una enseñanza de mi maestro Roberto Fernández Iglesias.
2. Da a leer tus textos a tus amigos.
Una enseñanza de mis amigos y compañeros egresados del Centro de Estudios de Asia y África, de El Colegio de México, y la Facultad de Humanidades de la UAEMex.
3. Da a leer tus textos a otros escritores.
Una enseñanza de los colegas y compañeros reunidos al interior del Centro Toluqueño de Escritores.
4. Matricúlate en talleres literarios, facultades de letras o escuelas de escritores.
Una enseñanza de mi propia trayectoria personal.
5. Trata de imitar a “los grandes”.
Una enseñanza del sistema literario actual.
6. Paga por publicar tus textos.
Una enseñanza del sistema capitalista global contemporáneo.