jueves, 31 de marzo de 2016

Palabras del Dr. Alfredo Díaz y Serna sobre "Moratoria"




Moratoria: posiciones, yuxtaposiciones, trazos y trizas escriturales
Alfredo Díaz y Serna[1]

En mi contemplación, en ese afán de dirigir mi mirada hacia adentro, navego, escribo, deambulo en el mundo de la sombra, de los significados escondidos. Transito en el lugar de mis pensamientos, acudo al rincón de los recuerdos, y en ese vaivén, en ese mecer, de pronto una invitación inusitada y presurosa para comentar en público del poemario de Christian E. Hernández. Sorpresa, al tiempo complacencia y agrado por participar en el acto religioso de encadenar pensamientos sesudos, extraviados, cínicos, con las puertas y las ventanas abiertas de par en par, para no sólo atisbar, sino contemplar, el arcón de sentimientos y emociones prestas para mitrar sus encajes, nudos y ojales, en el entretejido de pecaminosos contenidos. Presente moralidad, moral laxa, taciturna.
Soy un hombre, sin mujer, insatisfecho. No soy feliz porque el amor es lo último que tengo. Hace mucho que alejé del tejado a las palomas: perdí a mis niñas, las putas ya se casaron, mis amigas se cansaron de acosarme, no encuentro ninfas, y la desesperación por sentir, de nuevo, ese calor, salta a mis venas.

Presto doy lectura al trabajo de Christian. La resulta de la interpretación por mí elaborada se encuentra vehicularizada en el discurso escrito para el público aquí presente. Esta encomienda es una actividad riesgosa. Por momentos, en la lectura, pierdo el hilo. Después, discurro en mi empeño de lectura, dando traspiés a cada rato. Mis convicciones se mueven, se aflojan frente a las que el autor plantea. Me conmueven, me sacan de mi sitio de confort e indolencia.
A lo largo de mi vida, he sido un niño. En mi tiempo libre, he jugado a imitar el mundo adulto. No me arrepiento de haber salvaguardado mi alma. Después de eyacular en el vientre de una chica que contaba trece años, me di cuenta cómo era ser un niño chiquito en realidad. Hasta ahora, el FBI no ha encontrado evidencia suficiente para levantarme cargos: abuso sexual infantil, violación por equiparación, estupro...

Los arrebatos del autor no significan algo para mí por el convencimiento de sus argumentos, pero sí por la fuerza de la pasión puesta en su escritura. Tampoco, lo abyecto de su verso libre, que come sus deseos, añoranzas y, principalmente, las proximidades rememoradas hechas carne, hechas piel, caricia.
Amor: estoy muriendo por ti, de sed por ti, de amor por ti, de hambre y de calor, por la falta del frío circular de tus caderas por mis huesos. Necesito de tus manos y un pie para ponerte a salvo las espaldas. Necesito de tu cuerpo para quemar tus quince años. [...] Son las cinco de la tarde con quince minutos y necesito de ti y tu saliva sobre mí. Llegarás tarde, mi amor, tan sólo llega. No sé si para cuando vengas, aún estaré contigo, espiritualmente esperando por ti. Ayer tuvimos sexo oral y no puedo sacar de mi cabeza la imagen de tu cabello castaño en mi regazo, provocando la salida de mi líquido, la miel turbia, la dulce miel. Sobre las escaleras que llevan a tu casa, doce peldaños que llevan a tu habitación, nos besamos, magreamos, chupeteamos, como sólo los hijos de Caín pueden hacerlo.

El pecado, la culpa, transitan entre los espacios de los párrafos, de las palabras, de las letras. No se esconden. Están presentes desde el papel de fondo de la escritura.
Hay una expectación, luego un espasmo, al enfrentarme a la lectura, a la voz escrita de un autor que escribe para que alguien lo lea, lo escuche. Sorprendido de la extrañeza con que el autor expresa sus cotidianos sentimientos, me presento ante ellos sin estrategia alguna de lectura. Voy directo, sin tapujos, ni nudos borromeos de supuesta crítica. Al tratarse de poesía, dejo guardada mi armadura argumentativa, voy con el pecho abierto para la emoción.
En las palabras, las cosas y las acciones que Christian nos cuenta, entreveo, entre escucho, el sonar de palabras huecas y llenas, con resonancias y ecos que nombran lugares, lúdicos, lúbricos. Límites fronterizos se cruzan, entremeten, se penetran, en un cúmulo de intrincados significantes.
Japón se me abre como un melocotón al gusto: Momoiro Bookmark, ADULAS Tgp, Rorita-picts: se entrometen en mi amor social, intervienen en mi vida de pareja.

Ayer no hice el amor. Ayer me masturbé salvajemente: la cabeza apoyada en la pantalla del ordenador, liberando la tensión a borbotones. Opté por los chiquillos de la red. Después de dar click en Usama Bin Laden’s cruel pornophilia.

El autor nos hace pasar los límites de las fronteras geográficas, éticas, de la bivocalidad, de su plática consigo mismo, y de la heteroglosia de sus divisiones que se van, rebotan, en ese monólogo que parece no escucharse, pero que está allí vociferando.
- Sólo a través de ti, puedo decidir mi vida -dijo el muchacho enamorado, y tras desenvainar la espada corta, abrió de un tajo su vientre, imitando a Yukio Mishima.
Después de aquella tarde frente al televisor, me abracé a la cintura de Valeria y le dije:
- Alguna vez me dieron ganas de hacer lo mismo.

No están fijas las fronteras de su cotidianidad, de cierta pesadumbre que le causan sus propias palabras, que no le molestan más que su precario equilibrio frente a su máscara de soledad que se antepone a sí mismo.
De nuevo en México/ busco a la chica que me hizo feliz antes de salir de viaje/ (no está disponible)/ por eso enfurezco/ corro/ lloro/ termino por aceptar que tiene novio/ y grito con desesperación la letra de alguna canción en japonés/ para que los hablantes hispanos no sepan de mi dolor/ de mi tristeza/
En México no hay karaoke/ por eso enloquezco/ me salgo de clases y bebo tequila/ acompañado de personas a las que termino por llamar amigos...

Esa paradoja remueve mis fronteras: me obliga a dudar de mi pensar, de el tiempo, el espacio y de la función y campo de la palabra. En su abrupta escritura, identifico la liminalidad del estar quieto y del moverse, la añoranza bipartita de lejanía y cercanía, de pecado, placer y delito.
¿Por qué hablo en primera persona? Porque tengo el encargo de interpretar la urdimbre de su texto, que ha sido afectado, que me afecta, que me conmueve y hasta me obliga a mentir, a traicionar al escritor, a la escritura y a mí mismo. Conmovido por la verificación dicha, escrita, ahí me quedo, la reflexión vendrá después.
A este narrador que gesticula y articula, le escucho reclamo, lamentaciones. Escucho desde él, quejidos desde los huesos y del pene que han hecho costumbre, que generan, sostenidos en esperanzas, en anhelos. Pero, advierto, el autor miente o al menos dice algunas palabras por otras, hace juegos de abalorios, juega con el silabario.
La gente dice que amar es volcarse
virar hacia la mar
precipitarse
gaviotas heridas que van hacia el fondo del mar
entre las olas
centellos de plumas salvajes... (de “Kokoro kamikaze”)

Otra vez, la liminidad, la ironía, el juego de las paradojas, de la duplicación de sentidos, de la bivocalidad, y la parodia, abren en mí límites de comprensión, donde me regocijo por lo carnavalesco, por ese empeño constante del autor a derrumbar las convicciones más arraigadas.
En el centro comercial, las personas simulan seguir un patrón establecido: solteras hermosas, solteros radiantes, parejas unidas, familias felices, niños juiciosos e hiperactivos. Compra un producto y adquiere un estilo de vida: no es la televisión, es tu monotonía; no es la computadora, es tu falta de conocimiento; no es el automóvil, es tu falta de independencia; no es el teléfono celular, es tu miedo a la soledad.
He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”, confesaba Allen Ginsberg en Howl. Las mejores mentes de la mía han sido absorbidas por el sistema burgués.

La fractalidad en su sistema escritural no deja apuntar en su calidoscópica conjunción al vínculo de una unidad universal, no dicha, expresada en el disimulo. Conforme avanzo en la lectura, descubro la coherencia: por ahí, escondido subrepticiamente, se suma algún convencionalismo en el armado de cada tema, el cual le da coherencia-ligazón-congruencia. Incongruencia del discurrir del verso.
No me extraña la autoreferencialidad como atalaya, mezcla de música barroca, hard core, rythm and poetry, alarido de acordes jazzísticos, de vez en vez, armonías suaves, rítmicas. Una híbrida versificación que realiza el autor con displicencia.
Otra de sus cartas bajo la manga es la ironía. La transversalidad de la misma está presente en su escritura. Propuesta por acceder a nuevos lenguajes no creados, emergentes, distantes de sus antecesores y antecedentes literarios.
Han pasado más de once años desde aquellos relámpagos de agosto, y me doy cuenta que, de manera fatal, mis profesores de El Colegio de México erraron: no era la pedofilia lo que defendí a capa y espada, tanto en México como en Japón, sino el derecho a vivir y disfrutar del mundo pop.

De mi parte, en la dificultad de interpretación del poemario de Christian, de inicio me di a la tarea de inquirir, de buscar lo oculto de las intelecciones y emociones expresadas por el autor. Lo dicho o mal dicho en mi interlocución lo hago desde mi intersubjetividad y del efecto causado por el texto literario. En el fondo, permite entrever, en su estructura, dejos de hibridación cultural, acomodados en anárquico ordenamiento. Al fin, la presencia de un decir abigarrado de emociones.


[1]    Doctor en Educación, Especialista en Comunicación Educativa, Licenciado en Psicología, Profesor de Tiempo Completo y Cronista de la Facultad de Ciencias de la Conducta de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha publicado las crónicas Mis cuatro mujeres (UAEMex, 2014), Crónica de los olvidos (UAEMex, 2014), Crónica del movimiento del 68. Derechos humanos (UAEMex, 2015), Palabras, palabras y más palabras. Crónica de la cotidianidad insitu (UAEMex, 2015).

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