Tal como publiqué en mi FaceBook, hace unos días, inicié la lectura de Metagenealogía de Alejandro Jodorowsky. Luego de comprender que Jodo estudió algo de psicoanálisis en su juventud, y que conoció personalmente a Erich Fromm cuando estuvo residiendo en México, entendí mejor por qué su obra está permeada de categorías, conceptos, perspectivas y hallazgos provenientes de la ciencia analítica.
Además, la visión que Jodorowsky plantea de la terapia, y la correspondiente sanación que se espera de ella, me cautivó:
Para que sane, es necesario que el paciente sea lo que en verdad es y se libere de la identidad adquirida: lo que los otros han querido que sea. Toda enfermedad proviene de una orden que hemos recibido en la infancia obligándonos a realizar lo que no queremos y una prohibición que nos obliga a no ser lo que en realidad somos.
La "enfermedad" como causa de la neurosis infantil que no ha podido resolverse, al fin de cuentas.
Sin embargo, la propuesta jodorowskiana va más allá del inidviduo y el devenir-resolución de su "novela familiar", y comprende el análisis del árbol genealógico del paciente (a quién Jodo llama "consultante") a través de las historias y las vinculaciones de padres, abuelos, tíos abuelos y bisabuelos, tanto de la familia materna como de la paterna.
El día de hoy, las ideas de Jodorowsky volvieron a mi mente cuendo escuché al Dr. Luciano Lutereau disertar sobre el papel del psicoanálisis en nuestros días:
Antes de su muerte, Lacan afirmó que, probablemente, en un futuro, el psicoanalisis desaparecería. Por supuesto, se equivocó. Al contrario, la aplicación de las herramientas provenientes del psicoanálisis comenzaron a utilizarse en diversos campos de acción como la sociología, la psicología de masas o la política.
[...]
El problema actual es que, en las universidades, se estudia a Freud y a su discurso, no a su dispositivo analítico. Eso conlleva un problema de orden ético porque se utilizan las categorías provenientes del psicoanálisis de manera indiscriminada, incluso, con una visión contraria a la propuesta de Freud, como cuando se mezcla la teoría analítica y la diagnosis del DSM.
Solté una carcajada. Sonreí. ¡Cuántas veces había sido reprendido, siendo profesor de la Fa.Ci.Co., por desechar el famoso Manual Diagnóstico y Estadístico de los Transtornos Mentales y pedir a mis alumnos que escucharan con atención a sus futuros pacientes! Me sentí felíz. Por fin, tenía algo de justicia divina.
Luciano revisó con la mirada el auditorio. Notó que un porcentaje amplio de los ahí presentes discrepaba de su último comentario, así que explicó un poco más su negativa a utilizar el bademecum de los psiquiatras y los psicólogos sin teoría:
A mí me parece sumamente atrevido que en la nueva versión del DSM-V, se incluya la rebeldía como una categoría diagnóstica. Díganme ustedes, ¿qué niño o qué adolescente no es rebelde?
Se escuchó un rumor disperso en el auditorio. Algunos asistentes se acomodaron firmemente en sus asientos como esperando una nueva embestida:
Además, los psiquiatras están enfermos... ¡de verdad! Trabajo con un psiquiatra que siempre me canaliza a consulta los casos "más extremos", según su perspectiva... ya saben: niños autistas (que resultan no ser autistas), niños con "trastorno por déficit de atención" (que no tienen mayor cosa), niños que matan animales (¿qué niño no ha matado alguna vez un animal?), niños que serán futuros criminales, casi asesinos seriales... y yo los recibo con gusto, y tras unas cuantas sesiones, se nota que evolucionan favorablemente, y que, a diferencia de lo que opinaba mi compañero, no eran casos "tan graves"...
Sonrio. Mi sonrisa abarca toda mi cara. Nunca me he sentido tan felíz en el auditorio de la Fa.Ci.Co. Desde su perspectiva, Luciano se da cuenta de que existe cierta inconformidad en los rostros de los asistentes, y suelta:
Lo que quiero decir es que el psicoanalisis es, sobre todo, un posicionamiento ético. Y todo aquel psicoanalista (que se atreva a llamarse "psicoanalista") debe abocarse, primero, a escuchar atentamente a su paciente, a revisar su condición, su malestar..., antes de llegar a un diagnóstico prefabricado. Gracias.
De esa manera, termina. La siguiente en tomar el micrófono es la Dra. Liora Stavchansky quien diserta sobre la tarea del analista, su relación con el paciente, y su relación con el discurso del paciente:
El psicoanalista ya no está alli en sesión, en consulta. El psicoanalista está vivido en la experiencia, tanto del paciente como de sí mismo. Al apegarse a un discurso, y visualizarse, el sujeto vivido ya ha desaparecido.
[...]
Ningun psicoanalista se autoriza ni por un título, ni por una trayectoria, ni por una comunidad académica o analítica, sino por su trabajo con los pacientes.
[...]
Lo más importante en psicoterapia son los cortes que realiza el analista en el discurso del paciente (como si fueran los cortes hechos sobre una banda de Moebius). Pero, sobre todo, lo que hace el paciente entre una sesión y otra (si lloró, dejó su casa, pidió el divorcio, se intoxicó, etcétera), así halla pasado mucho tiempo (semanas, meses) entre ellas.
Me pongo serio. Recuerdo mi propio proceso analítico, y recuerdo: lo que hice entre cada una de las sesiones fue escribir, y eso es lo que he seguido haciendo.
Las conferencias terminan. Me dirijo a Luciano y estrecho su mano. Lo noto bastante delgado, aunque todavía con cabello negro abundante. Saludo, también, a Liora. Le pido dedicarme su libro. Acepta.
No me alcanza el dinero para comprar un libro de Luciano. Ahora, tras investigar un poco más sobre él, descubro que también ha escrito ficción, y que tiene dos novelas: Los santos varones (2011) y Perezosa y tonta (2012). Quiero leerlas.
Parafraseando el título del libro de Liora, los bordes de mi mundo vuelven a resignificarse. Nunca creí que se pudieran dar cambios tan positivos en la Fa.Ci.Co. Se nota la mano (y el cerebro) del Dr. Manuel Gutiérrez Romero. Ojalá halla más eventos académicos como estos.
Saludos.
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