El día de hoy, falleció el Dr. Abelardo Hernández Millán, escritor y académico mexiquense, originario de San Gabriel Zepayautla, municipio de Tenancingo, egresado de la UNAM y de El Colegio de México, y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEMex.
Tuve la oportunidad de conversar con el Maestro Abelardo, en distintas ocasiones, cuando asistía al Taller de narrativa del Centro Toluqueño de Escritores, coordinado por Eduardo Osorio, así como en las distintas emisiones del Festival de cuento breve "Los mil y un insomnios".
En el fondo, siempre me consideré un admirador de su trabajo literario desde que, en la preparatoria, leía (y coleccionaba) sus mini-ficciones publicadas en la sección "Juegos para armar" de la revista La abeja dorada, publicada por la UAEMex. Esas mismas mini-ficciones fueron recuperadas en formato de libro, en el año 2008, gracias al Centro Toluqueño de Escritores.
Convencido de que no hay mayor homenaje para un escritor que leer su obra, transcribo algunos de los textos que el Maestro Abelardo nos dejó:
Precavido
Luego que vio a su hermanito ya muerto y metido en el ataúd, se apresuró a matar al perro de la casa porque, si no, quién iba a jugar en el cielo con el angelito.
Maleficio
Nada perturbaba el descanso de los internos del Asilo de Ancianos. Un día descubrieron un hecho que trastornó su tranquilidad: el gato del lugar esperaba la noche, empujaba la puerta de la habitación de uno de ellos y se echaba a dormir a su lado. Al día siguiente el interno era hallado sin vida. Después de la tercera víctima, los internos cerraron sus puertas y provistos de palos de escoba decidieron eliminar al felino o, al menos, echarlo del edificio para siempre. El animal desapareció para dicha de los internos. Sólo uno de los viejos, satisfecho con la vida, salió a buscar al gato hasta encontrarlo, lo metió a su cuarto, lo acomodó sobre la cama y se dispuso a dormir.
Impaciencia
¿Por qué no vienen? Tal vez están demasiado ocupados en sus conversaciones profesionales; o quizá se encuentran absortos en alguna plática de su interés. El caso es que no se apuran; y yo aquí esperándolos desde hace como tres horas. O a la mejor no vienen porque consideran que no vale la pena tratar asuntos conmigo, a fin de cuentas un desconocido que no representa nada para ellos. Claro se ve que no tienen prisa. Es cierto que nunca destaqué en ningún oficio ni fui persona influyente pero… vaya, por fin escucho los pasos del doctor y de su ayudante; ya se acercan hasta donde me encuentro tendido en espera de que me practiquen la autopsia.
Hasta siempre, Maestro ^o^
Saludos.