viernes, 8 de mayo de 2015

Tres textos de "Terra Nostra" de Carlos Fuentes



JUS PRIMA NOCTIS

Se estaba celebrando una gran boda campesina en la troje; se cantaba, bailaba y bebía. La pareja de recién casados, un herrero de rostro rojizo y una muchacha pálida y delgada de dieciséis años, bailaban, él con sus brazos en torno a la cintura de ella, ella con los suyos alrededor del cuello de él, y sus caras estaban tan cerca la una de la otra, que de tiempo en tiempo los besos eran inevitables. Entonces todos escucharon las pesadas herraduras en el corral y sintieron miedo; el Señor y su joven vástago, como él llamado Felipe, entraron, y el amo, sin decir palabra, se acercó a la novia, la tomó de la mano y se la ofreció a Felipe.

En seguida condujo a su hijo y a la muchacha a una choza cercana y le ordenó a Felipe que se acostara con la novia. El joven se resistió; se acercó a la temblorosa muchacha empujado por su padre, y al rostro de esta niña sobrepuso las facciones de la otra, la del alcázar, la que durante la temprana misa había sido expulsada de la capilla. Sin embargo, no bastó ese rostro imaginado para excitarlo; le confirmó, más bien, en su profunda concepción del amor como algo que debería ser deseado mas no tocado; ¿no cantaban los jóvenes y hermosos menestreles sólo la pasión de amantes separados, de damas adoradas por añoradas: porque habitaban una imposible lejanía?

El Señor, de un golpe, derribó a su hijo; se quitó las botas y las calzas y fornicó con la novia, apresurada, orgullosa, fría, sangrienta, pesadamente, mientras Felipe miraba la escena entre el humo y la peste de la mecha de algodón que nadaba en una jofaina de aceite de pescado. El padre partió y le dijo a Felipe que regresara solo al castillo.

Felipe le dijo su nombre a la muchacha sollozante y ella le dijo el suyo, Celestina.

LOS LABIOS LLAGADOS

Miró Celestina en el mercado de la ciudad a una niña de once años, que acompañaba a su padre. Padre e hija ofrecían cirios, tinturas y miel de abeja. Era muy bella esta niña, con ojos grises y naricilla levantada, pobres y remendadas eran sus faldas, y descalzos andaban sus pies.

La distinguió porque era como una gota de agua cristalina en un mar de sangre: aquí ahorcaban pollos, allá tasajeaban carneros, éste decapitaba un puerco, aquél vaciaba un pescado; corría la sangre entre las losas severas de la plaza y por los riachuelos de las callejas; orines y mierdas eran arrojados desde las ventanas, sueltos andaban los perros, y las moscas zumbaban encima de las cabezas cortadas de las bestias; a peste olía el agua de las barricas, de húmedos aposentos salían y entraban compradores y comerciantes; y los ayunadores penitentes gritaban sus visiones desde las ventanas, el diablo, el diablo, se me apareció el diablo; pasó una novia de doce años vestida de blanco, rumbo a San Sebastián, con su escaso séquito de mujeres amarillas, picadas de viruela, acatarradas, y detrás de ella el unificente, obeso, sexagenario novio, distribuyendo monedas entre la alborotada chusma de mendigos, ulceradas las heridas que nunca se cerraban en brazos y pechos, y los niños que pululaban bajo las arcadas se disputaban la comida de los perros, y muchos niños dormían echados en las calles, bajo las escaleras, en el umbral de una puerta, y cruzaron la plaza unos dominicos vestidos con hábitos de lana blanca y capas negras, que semejaban perros blanquinegros, y cantando:

De malos sueños defiende nuestros ojos,
De fantasías y nocturnos temores;
Pisotea al fantasma enemigo;
Líbranos de toda polución.

Y la niña de ojos grises y naricilla levantada: descalzos los pies; remendadas las faldas. Celestina la miró en medio de esa turba del viejo zoco de Toledo, pues nada más hermoso que ella había allí. Y también porque dos hombres la reconocieron, y uno le dijo: Has muerto; y ambos la llamaron: Madre, puta vieja. Se vio en esa niña. Quiso verse. Así debió ser ella a esa edad, antes de lo que llegaría a ser, si del porvenir había llegado a este presente; y después de lo que llegó a ser, si del pasado había llegado a esta mañana.

La niña miraba con tristeza la tristeza: la matanza de bestias, la niña novia, las huellas de la enfermedad en los cuerpos, el gesto de los locos, un cordero apresado de las patas, un carnicero con el puñal en alto, a punto de enterrarlo en la blanca lana del animalillo.

Corrió la niña, rogó al carnicero, no, es un cordero, yo los cuido, yo los protejo de los lobos, yo me desvelo con ellos, no matéis al cordero. El carnicero rió y apartó con violencia a la niña; la niña cayó sobre la piedra sangrienta. Su padre corrió a socorrerla. Antes llegó a ella Celestina, le acarició la cabeza, le ofreció las manos. La niña, con los ojos llenos de lágrimas, besó las manos de Celestina. Levantó la cara: los labios infantiles quedaron impresos con las llagas de Celestina, Celestina se miró las manos: eran, otra vez, las suyas, las de la novia ruborosa y alegre de la boda en la troje, habían desaparecido las huellas de sus suplicios, un tatuaje de heridas brillaba en los labios de la niña.

—¿Quién eres?
—Soy pastorcilla, señora.
—¿Dónde vives?
—Mi padre y yo vivimos en el bosque cerca del alcázar de un gran señor, que se llama Felipe.

Y el padre apartó a Celestina de la niña, milita, niña mía, ¿qué te ha pasado?, ¿quién te hirió?, mírate la boca, ¿este carnicero hideputa?, no, esta bruja, hechicera, andrajosa, ea, todos, a la malvada, mirad la boca de mi hija, a ella, corre, Celestina, derrumba toldos, pisotea cerdos, una casa, una escalera, los perros te ladran, las moscas te zumban, los húmedos aposentos, los bacines de mierda, los locos te gritan, que he visto al diablo, la paja de los pisos, cúbrete, escóndete, te van a quemar, bruja, huye, espera, cae la noche, se vacía el zoco, se olvidan del incidente, miras desde la ventanilla de lu escondrijo la ciudad del promontorio, cercada por el Tajo, dispuesta en severas gradas de piedra, ciudad sitiada, accesible sólo por el norte y la desolada llanura, defendida del sur por los hondos barrancos del río, y ahora escapa, como rata, escúrrete por la noche, regresa a la judería, despierta a Ludovico, ¿qué te ha sucedido?, debo huir, debo buscar, regresaré, espérame, cuida a los niños, y si no puedo, dame cita, Ludovico, dónde, Celestina, en la playa, en la misma playa donde soñamos con embarcarnos a un mundo nuevo, el mismo día, el catorce de julio, ¿cuándo, Celestina?, dentro de veinte años.

LA MEMORIA EN LOS LABIOS

Ven, niña, ven a mis brazos, ¿me recuerdas?, señora sí, besé tus manos, llagaste mis labios, me friego la boca, no se me limpia, cada día se hunden más las cicatrices, como un tatuaje, niña, señora si, una boca de colores, déjame besarte, señora sí, ¿me recuerdas?, señora sí, linda muchachita, quisiera ser siempre como tú, volver a ser como tú, un día debí ser como tú, ya no recuerdo, ¿qué más re- recuerdas?, señora sí, un alacrán negro y peludo, ¿dónde, niña?, entre las piernas del Señor, señora sí, aquí en este bosque, otra noche, el Señor cabalgaba, con la camisa abierta, excitado, cabalgaba de noche, solo, tragando leguas, señora sí, fueteando las ramas, como un loco, gritando, borracho, no sé, descabezando las espigas de los trigales, ¿tú lo viste?, señora sí, escondida, apagué mi fogata, me escondí como tú ahora, entre los álamos, árboles con luz, luz de la luna, una loba atrapada, el Señor desmontó, riendo, gritando, gruñendo, desnudándose, libró a la loba de la trampa, se bajó las calzas, el alacrán negro, tomó a la loba, la loba se defendió, gruñó, aulló, arañó, él le metió el alacrán por el buz a la loba, ¿eso recuerdas?, señora sí, pero mi voz, se me va mi voz, señora sí, ¿así se desnudó?, señora sí, qué calor, qué primavera, niña, te nacen tus teticas, limoncitos, tus piernitas, ábrelas, niña, señora sí, Toledo, el mercado, la oveja degollada, tus sobaquitos, qué húmedos, qué perfumados, señora sí, qué limpio tu montecito, se pueden contar los pelitos, qué pocos son, señora sí, ábrelas, niña, qué apretado tu coñito, huele a azafrán, niñita linda, niñita rica, señora sí, ¿te gusta mi lengüita?, ay sí, ay sí, ¿te beso toda, me dejas?, ay sí, ay sí, el Señor, el alacrán peludo, el culo ardiente de la loba, el buz colorado de la bestia, la tomó, gritaba, reía, un loco, un borracho, señora sí, tu lengua en mi boca, mi lengua en la tuya, selva, álamo, zarza, cencerro, loba, oveja, muertas espigas, todo lo tomo, la naturaleza entera, que nada se me escape, mi lengua en tu oreja, oye mis secretos, oye lo que sé, nada muere, todo se transforma, permanecen los lugares, múdanse los tiempos, te traía dentro de mí, fui tú cuando fui niña como tú, me meto dentro de ti, el alacrán negro, la lengua morada, se acabó mi tiempo, señora sí, tu voz es mi voz, señora sí, me agoté, señora sí, te regalo mi vida, continúala, señora sí, te paso mi voz, te paso mis labios, te paso mis heridas, mi memoria está en tus labios, los hombres me contagiaron el mal, el diablo la sabiduría, hija de nadie, amante de todos, voyme podrida, el Señor me contagió su mal al tomarme la noche de mis bodas, yo le transmití el mal al hijo del Señor en la alcoba del alcázar, por mi conducto el padre contagió al hijo, nos necesitan, nos persiguen, no habrá salud para los hombres en la tierra mientras exista el hoyo negro de azufre y carne y vello y sangre, no habrá salud para las mujeres en la tierra mientras comande el alacrán negro y peludo, el látigo de carne, la sierpe eréctil, recuérdame, niña, señora sí, crece, haz por parecerte a mí, te dejo los labios heridos, en ellos mi memoria, en ellos mis palabras, sabrás y dirás cuanto yo supe y dije, sabré y diré, a tiempo, me dijo, hazlo a tiempo, tú te llamas Celestina, tú recuerdas toda mi vida, tú la vives ahora por mí, tú estarás dentro de veinte años, la tarde de un catorce de julio, en la playa del Cabo de los Desastres, desvía las rutas, engaña las voluntades, tuerce los horarios, debes estar, tenemos una cita, señora sí, señora sí...


Saludos.

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