lunes, 8 de marzo de 2021

"Los hombres que odian a las mujeres". Claudia Masin.



Hasta entonces no había conocido a un hombre que odiara a las mujeres.

Sylvia Plath.


A mi padre no le gustaban las mujeres. Las odiaba. Sorprende

ver a cuántos hombres que, como él, las buscan, las persiguen,

las alcanzan, no les gustan realmente las mujeres.

A él, hasta nuestro olor le resultaba tóxico

como el que desprende un carbón

al apagarse, un humo

asfixiante, un veneno, lo decía

a veces, nos trataba

peor que a esclavas. Aunque en un día bueno

nos otorgaba su dispensa, como otorgan su dispensa

los reyes, con un gesto desdeñoso de la mano.

No merecíamos en ese momento

ni siquiera el esfuerzo del insulto, tenía en la cara

su máscara más frecuente, una sonrisa

de burla y de tristeza

por lo inútiles que éramos.

Crecí preguntándome

por qué ató su vida a un objeto

claramente inferior, inventé teorías

para comprenderlo, no quería

devolver odio por odio, injuria por injuria:

era a causa de su madre, sí, eso explicaba todo,

la crueldad de ella, era su infancia, eso

disculpaba su incapacidad para entender

lo diferente, era

su dolor y entonces

no se podía juzgar, no se podía

más que tener miedo por haber nacido

del lado equivocado de las cosas,

el lado en el que todo era desvío

y confusión, lejos, tan lejos

de la claridad de mente de un hombre,

cualquier hombre, de su belleza física,

también lo decía a veces, los hombres

tienen un cuerpo firme, no como esa esponja,

esa ameba que es el cuerpo

de las mujeres. Cuando hoy te amo a vos

estoy haciendo algo que él no entendería

jamás: teniendo el privilegio y el permiso,

el beneplácito del mundo

para elegir lo superior, me quedo

con una mujer como yo, me quedo

en el barro, en el curioso, insignificante reino

de los insectos, pudiendo alzarme al sol,

pudiendo hacer lo que él no hizo: hacer real

su deseo, tangible como una mesa o una piedra.

No estoy vengándome ni hay ningún

mérito en esto, estoy cumpliendo

conmigo y lo que quiero, ya vi,

ya sentí en el propio cuerpo

los efectos de no elegir amar lo que se ama,

no ir hacia ello. La peste

que se desata entonces hace daño

por varias generaciones, se mantiene

como el moho en el tallo de una planta

o la humedad en las paredes, imposible quitarlo

por completo y para siempre. Todavía

hay días en que temo su represalia, en esos días

te abrazo a vos como si fueras a irte de repente,

vos no sabés, no podés saberlo,

que te estoy salvando de él,

que todavía está conmigo, sombra

de mi sombra, oscuridad plena

y tremenda, que estoy

cuidándote de sus palabras, como si pudiera

cuidarme a mí misma de chica, taparme los oídos

y los ojos para no ver más que tu belleza

y la mía cuando estamos juntas, una forma

de la justicia que no hemos buscado,

que nos encontró a nosotras y por eso

no te hablo de él, no te cuento

que está demasiado presente,

mirándome del otro lado de la cerca

de la muerte, no, te hablo más bien de la perra

que teníamos en mi casa de entonces,

castigada hasta el cansancio, el lomo

harto de recibir patadas y sin embargo

insumisa de cachorra y de vieja, cada tanto

mostrándole a mi padre los dientes, no lo atacaba,

ni lo mordía, yo creo

que le hacía saber, a su manera, acerca

de la resistencia que tenemos

las que fuimos alimentadas del desprecio

y lo hemos rechazado con cada fibra

del cuerpo y lo hemos

transformado primero en rabia,

después en un amor

como el que te tengo, inmune

a la enfermedad que en lugar

de contagiarnos nos dio el antídoto,

la fuerza.


Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Coordina talleres de escritura y es autora de libros como La plenitud, Abrigo, El verano, La vista, La siesta y Geología, entre otros. En 2018, publicó La desobediencia, su poesía reunida hasta ese momento.


Saludos.

1 comentario: