El día de hoy, desde el portal
Medium en español, el escritor de origen toluqueño Alberto Chimal, realiza un perfil psicológico muy perspicaz del plagiador, esa persona que copia descaradamente los textos de los otros, haciéndolos pasar como suyos.
El pensamiento del plagiario común es muy llamativo: hay algo en él que colinda con la sociopatía. Sus rasgos más notables son la alevosía y la arrogancia. El plagiario toma texto escrito por alguien más y simplemente intenta hacerlo pasar por suyo. No hay ninguna intención de modificar el texto ajeno, de plantear una relación intertextual con él ni de ninguna otra propuesta conceptual o artística. De lo que se trata es de borrar la existencia del texto previo y de quien lo haya creado... El texto y la persona son meramente las fuentes del contenido que otro firmará y explotará. Una vez que han cumplido esta función no tienen otra y pueden ser olvidados sin dificultad.
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Lograrlo a expensas de[l] otro da, acaso, una sensación de poder: de ser el “león” que “se alimenta de corderos”, como escribió Octavio Paz, con un descaro que para muchos sigue siendo admirable... “El plagiado ya no existe”, parecen decirse a sí mismos. “Mi gloria lo borra”.
Cuando esos leones altaneros y poderosos son descubiertos, y denunciados, su reacción es siempre la misma: menospreciar el suceso, o bien descalificar al plagiado llamándolo “resentido” o “trepador”: acusarlo de querer aprovecharse de la fama de su plagiario.
La anécdota sobre el plagio de Octavio Paz fue recuperada por el semanario
Proceso,
el 6 de noviembre de 2006, en un artículo que a la letra dice:
Emmanuel Carballo en “México en la Cultura” [afirmó] que Octavio Paz “había hecho suyas ideas de Samuel Ramos y Salazar Mallén” para El Laberinto de la Soledad. Lleno de ira Paz salió al paso con una frase demoledora:
“Uno de los artículos de Salazar Mallén que nadie recuerda y un libro de Samuel Ramos que todo mundo conoce, son mis fuentes secretas. De paso, no estoy en contra del plagio cuando la víctima desaparece. Ya se sabe que el león se alimenta de corderos.”
Salazar Mallén trató de defenderse con cierto humor y recordó que el propio Ramos le había dedicado “El perfil del hombre” y “La cultura en México”, así:
“Para el amigo y compañero Rubén Salazar Mallén, descubridor del 'complejo de La Malinche'”
Esa no fue la última vez que
Octavio Paz tomó textos e ideas de otras personas y las presentó como suyas. Desde hace tiempo, he señalado que el escritor mexicano presentó como suyas las traducciones de poemas de
Matsuo Basho realizadas por Eikichi Hayashiya, a las cuales,
tal como explico en este artículo publicado en la revista La Colmena, todavía se dio el lujo de hacerles modificaciones tanto en su métrica como en su poética.
Esto es más claro en el caso de
Oku no hosomichi ("Senderos hacia lo profundo") a quien Paz rebautizó como "Sendas de Oku", sin darse cuenta de que "oku" no era el nombre de un lugar sino un sustantivo proveniente del pensamiento Zen: "profundidad", "centro", "corazón", "escencia", "núcleo".
Hasta el día de hoy, me sigo preguntando cómo fue posible que editores y lectores del mundo hispanohablante aceptaran como fidedigna la traducción de un documento en japonés realizada por un escritor que no dominaba el idioma.
Tenía razón
Roberto Bolaño: los intelectuales mexicanos devenidos en burócratas culturales pierden el juicio, y son presas de su ego y su soberbia.
Saludos.