sábado, 9 de marzo de 2013

"El segundo sexo". Simone de Beauvoir.



Simone de Beauvoir (1908-1986) fue una filósofa, escritora y ensayista francesa, burguesa, de orígen cristiano, que descubrió en su juventud que, al negar la existencia de Dios, tanto el hombre como la mujer debían de asumirse plenamente responsables de sus propias elecciones.

De esta manera, De Beauvoir, abrazó las ideas del Existencialismo ateo, y estableció una escuela de pensamiento que puede considerarse como feminismo existencialista, una parte importante del feminismo filosófico.

Las ideas de De Beauvoir agruparon a mujeres de todo el mundo en contra del Patriarcado, provocando con ello, el advenimiento de la segunda ola del feminismo (1960-1980) que culminó con la penalización de la discriminación laboral de las mujeres, sobre todo, en los Estados Unidos de América.

En conmemoración del "Día Internacional de la mujer", comparto con todxs ustedes algunas de sus reflexiones realizadas en su obra cumbre El segundo sexo (Le Deuxième Sexe, 1949).

Desde el Volúmen 1, "Los hechos y los mitos":

¿La mujer? Es muy sencillo, dicen los aficionados a las fórmulas simplistas: es una matriz, un ovario; es una hembra, y basta esa palabra para definirla. En boca del hombre, el epíteto "hembra" suena como un insulto y, sin embargo, no tiene verguenza de su propia animalidad y se siente orgulloso, por el contrario, si dicen de él que "¡es un macho!" (p.31)

Los machos y las hembras son dos tipos de individuos que se diferencian en el seno de la especie con vistas a la reproducción, y no es posible definirlos sino correlativamente. (p. 32)

El macho se impone, sobre todo, entre los pájaros y los mamíferos; muy a menudo la hembra lo soporta con indiferencia, y hasta se le resiste. Sea ella provocadora o consentidora, de todos modos es el macho quien la toma: ella es tomada. El macho la toma y la inmoviliza; es él quien efectúa activamente los movimientos del coito; la penetra. Ella aparece así, como una interioridad violada. (p. 47)

La hembra sufre el coito, que la enajena en sí misma por la penetración y fecundación interna; y aunque experimenta la necesidad sexual como una necesidad individual, es vivida por ella en lo inmediato, como una historia interior y no como una relación con el mundo y el otro. (p. 47)

La agresividad es una de las características del macho en celo; no es posible explicarla por la competencia, pues el número de hembras es sensiblemente igual al de machos y, por el contrario, tal vez se explique la competencia a partir de esa voluntad combativa. Se diría que, antes de procrear, el macho reivindica como del todo suyo al acto que perpetúa a la especie, y quiere confirmar en lucha contra sus congéneres la verdad de su individualidad. (p. 49)

El coito es una operación rápida que no disminuye la vitalidad del macho. No manifiesta casi ningún instinto paternal Muy a menudo, el macho abandona a la hembra después de la cópula. Es raro que se interese directamente en los hijos. (p. 50)

El macho tiene una vida sexual que integra normalmente a su existencia individual; en el deseo, en el coito, su trascendencia hacia la especia se confunde con el momento subjetivo de su trascendencia: él es su cuerpo. La historia de la mujer es mucho más compleja. (p. 51)

La mujer es una hembra en la medida en que se experimenta como tal. La naturaleza no define a la mujer; ésta se define a sí misma al retomar a la Naturaleza por su cuenta en su afectividad. (p. 63)

Así como no basta decir que la mujer es una hembra, tampoco es posible definirla por la conciencia que adquiere de su femineidad en el seno de la sociedad de la que forma parte. (p. 73)

Pensamos que [la mujer] tiene que elegir entre la afirmación de su trascendencia [como sujeto] y su enajenación como objeto; la mujer no es juguete de pulsiones contradictorias, sino que inventa soluciones entre las cuales existe una jerarquía ética. (p. 74)

El verdadero problema de la mujer, rechazando sus huidas, es cumplirse como trascendencia [más allá de la reproducción humana]. (p. 74)

Y desde el Volúmen 2, "La experiencia vivida":
No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en su conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino. Solo la mediación de un ajeno puede constituir a un individuo en un Otro. (p. 15)

Los juegos y los sueños orientan a la niña hacia la pasividad... Su espontáneo pulso hacia la vida, su gusto por el juego, la risa y la aventura, determinan que la niña encuentre estrecho y sofocante el cerco maternal. Ella quisiera escapar de la autoridad de su madre, autoridad que se ejerce de manera mucho más cotidiana e íntima que la que deben aceptar los varones. (p. 40)

Hacia los diez o doce años [de edad] la mayoría de las niñas son verdaderamente "varones frustrados"... La exuberancia de la vida queda obstruida en ellas y su vigor sin empleo se convierte en una neurosis; sus ocupaciones demasiado juiciosas no agotan su exceso de energía, y se aburren, y entonces, por aburrimiento y para compensar la inferioridad que padecen, se abandonan a ensoñaciones melancólicas y novelescas, adquieren el hábito de las evasiones fáciles y pierden el sentido de lo real. (pp. 42-43)

La niña será esposa, madre y abuela; cuidará su casa exactamente como lo hace su madre, y a sus hijos como ella ha sido cuidada; tiene doce años y su historia ya está escrita... (p. 44)

Hay un conflicto entre el narcicismo de la joven y las experiencias a las cuales la destina su sexualidad. La mujer solo se acepta inesencial a condición de encontrarse esencial en el seno de su abdicación. Al hacerse objeto se transforma en un ídolo, en el cual se reconoce orgullosamente pero rechaza la implacable dialéctica que le inflige volver a lo inesencial. Quiere ser un tesoro fascinante, y no una cosa que se toma. Le gusta aparecer como un fetiche maravilloso, cargado de efluvios mágicos, y no encararse como una carne que se deja ver, palpar y matar. (p. 95)

Es difícil jugar a los ídolos, hadas y princesas lejanas cuando se siente entre las piernas un paño ensangrentado, y más generalmente, cuando se conoce la miseria original de ser cuerpo. (p. 102)

La joven se agota en escenas y cóleras del mismo modo que la niña, y se enferma y presenta transtornos histéricos, a fin de retener la atención y ser alguien que interesa. Interviene en el destino de terceros para interesar, y traiciona y calumnia, pues necesita la tragedia en su entorno para sentirse vivir, porque no encuentra socorro en su vida misma. Por la misma razón es caprichosa. La joven no tiene una voluntad verdadera, sino una serie de deseos y salta incoherentemente de uno a otro. (p. 103)

La crisis de la adolescencia es una especie de "trabajo" análogo al que el doctor Lagache llama "el trabajo del duelo". La joven entierra lentamente su infancia y al individuo autónomo e imperioso que ha sido, y entra sumisa en la existencia adulta. (p. 110)

Menos novelesca que antes, [la joven] empieza a pensar mucho más en el matrimonio que en el amor. Ya no inviste a su futuro esposo de una aura prestigiosa; lo que ahora desea es tener una situación estable en el mundo y empezar a llevar una vida de mujer. (p. 112)

En la maternidad la mujer realiza integralmente su destino fisiológico; ésa es su vocación "natural", puesto que todo su organismo se halla orientado hacia la perpetuación de la especie. (p. 253)

Cuando la mujer se convierte en madre, ocupa de alguna manera el lugar de su propia madre, lo que significa para ella una emancipación total. Si lo desea sinceramente, se alegrará de su embarazo y querrá llevarlo sola hasta el final; pero, por el contrario, si aún es dominada, y consiente en serlo, se entregará en manos de su madre; el recién nacido parecerá entonces un hermano o hermana antes que su propio hijo. (p. 264)

A veces, el hijo es deseado con el fin de consolidar una unión o un matrimonio, y el afecto que le dé su madre depende del éxito o fracaso de sus planes. (p. 266)

Enajenada en su cuerpo y su dignidad social, la madre tiene la pacífica ilusión de sentirse un ser en sí, un varón completamente realizado. Pero es sólo una ilusión. Porque ella no hace verdaderamente un niño, sino que éste se hace en ella. (p. 268)

Hay también muchas madres que se sienten asustadas por sus nuevas responsabilidades. Durante el embarazo sólo tenían que abandonarse a su carne, pues no se le exigía ninguna iniciativa, pero ahora tienen enfrente de sí a una persona que tiene derechos sobre ellas. (p. 279)

Ni siquiera el amamantamiento les reporta dicha alguna, puesto que, por el contrario, temen deteriorar su pecho; sienten con rencor que sus senos se hallen henchidos hasta reventar, y sus pezones doloridos, pues los hiere la boca del niño, que les parece que aspirase sus fuerzas, su vida y su felicidad. El niño les inflige una dura servidumbre, pero ya no forma parte de ellas: se presenta como un tirano, y miran con hostilidad a ese pequeño individuo extraño que amenaza su carne, su libertad y todo su yo. (pp. 279-280)

El gran peligro al que nuestras costumbres someten al niño es que la madre, a quien le confían atado de pies y manos, es casi siempre una mujer sin satisfacciones; sexualmente es frígida o insatisfecha; y socialmente se siente inferior al hombre, pues no tiene aprehensión sobre el mundo, ni sobre el porvenir, por lo que intentará compensar a través del hijo todas sus frustraciones. (p. 284)

Saludos.

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