viernes, 2 de agosto de 2013

"El juego del gato y el alfil". Eduardo Osorio.



Me gustan los gatos. Los prefiero sobre los perros. A algunas personas no les gustan porque son orgullosos, voluntariosos, narcisistas, y buscan tener la atención y el cariño de sus dueños. Igual que el Maik, personaje de la novela El juego del gato y el alfil de Eduardo Osorio, ex-presidente del Centro Toluqueño de Escritores, y ganador del Premio Internacional de Narrativa "Ignacio Manuel Altamirano" 2011 convocado por la UAEMex.

Personalmente, me enteré de que Osorio había ganado dicho concurso gracias a la cobertura que la revista "Valor Universitario" hizo tanto de la convocatoria como de los resultados del premio. Estuve a la expectativa de su aparición. Hasta que el Maestro Juan Carlos Carmona Sandoval, editor de La Colmena, me comunicó que él iba a presentarla en la Feria del Libro de Guadalajara 2012. De inmediato, la busqué en las librerias de la UAEMex. Y finalmente, a inicios de este año, pude tenerla entre mis manos.

El juego del gato y el alfil es una novela que sufrí. La leí en pausas, desconcertado por la brevedad de sus capítulos, y angustiado por la violencia verbal y de género que representa. No me convenció el discurso del personaje principal, Alberto (matemático cuarentón y solterón) que trata, a toda costa, de refugiarse en la cópula sexual y los orgasmos prometidos por Helen, "la gringuita", para no enfrentar la decadencia moral y personal en la que vive.

Decadencia burguesa. Capitalismo. Subordinación de la mujer. Machismo. Frente al malestar, el placer sexual como panacea. Coitos con condón para evitar embarazos. Soledades sin sentido: Alberto y Helen. Prefieren fingir que tienen una relación a descubrirse exitosos socialmente pero fracasados en privado.

Frente al vacío, el genio de Alberto: imaginar que todo es un juego con reglas poco claras y no escritas, como una partida de ajedrez, como un partido de fútbol, como una visita casual al psicoanalista:

No existe juego sin reglas. Confiar uno en el otro se impone como broma o como reto. Y le denominamos lealtad. Por más que te esfuerces, sin embargo: la mayonesa, ¿dentro o fuera del refrigerador? La pasta de dientes que uno espachurra cuando al otro le obsede alisar el tubo. Ir a la lavandería hoy o mañana. Teatro o cine. Ninguno de los dos: tele. ¿De quién es el turno para lavar los trastes? Ya me tocó ayer. La hora de la intimidad que preparaste con cuidado y su negativa irreductible: necesito terminar de leer esto. Es mi turno para elegir película. No; acuérdate bien. Pero, ¿quién es árbitro, réferi o ampáyer cuando sólo dos conocen las reglas? Surge "el tuyo" y, a la defensiva, su contrario "el mio". El dulce enemigo. Dime, gato, quién puede mediar ante estas diferencias.

(Eduardo Osorio. El juego del gato y el alfil, p. 87)

No hay hijos, pero hay gato. Y el gato, Maik, es quien atestigua los vaivenes de una relación que es necesaria porque, sin ella, no habría juego. Y sin juego, habría vacío. El vacío, por supuesto, llama a la locura. Locura a la que Alberto, doctamente, le llama "esquizofrenia".

El final de la novela es contundente: 7 páginas en las que Osorio resume magistralmente la historia sentimental de Helen (desvirgada a los 13 años de edad, por cierto, siempre en busca de su figura paterna), un último sueño de Alberto (con fuertes reminiscencias a otros textos del universo de Osorio) y un desenlace crucial pero previsible (la serpiente que muerde su cola).

Helen y Alberto sólo son los personajes de su propia historia, una historia encarnada en sus propios pasados, en sus infancias, en los fantasmas que ambos han elaborado con el tiempo, temores y anhelos que brotan de sus respectivos inconscientes pero que, debido a una pésima comunicación, no enfrentan.

Personalmente, habiendo sido profesor de "Comunicación" en la Facultad de Ciencias de la Conducta (UAEMex), sé que los problemas de comunicación interpersonal no son problemas de "comunicación" per se, sino que se relacionan con los conflictos inter-subjetivos de los amantes quienes, confundidos por sus vinculaciones emocionales inconscientes, tratan de dar lo que no tienen (pero que ellos mismos necesitan) haciendo realidad la máxima lacaniana:

Amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es.

(Jaques Lacan. Seminario 8: La transferencia, 1960-1961)

El "tercero en discordia", tema que ha apasionado a Eduardo Osorio en sus aproximaciones literarias a las relaciones de pareja, solo es un pretexto para poner en claro lo evidente:

-No. Ya basta. Escoge: el gato o yo.

(Eduardo Osorio. El juego del gato y el alfil, p. 159)

¿Qué diría el Maik si pudiera desdoblarse imaginariamente, como Osorio, y simbolizara su realidad desde la narrativa?


Saludos.

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